Llegué a la consulta del dentista con muchas cosas en la cabeza. Me senté, previa radiografía, en el diván dental. El doctor Saturno fue claro : He de anesteriarle antes de proceder . Como nunca pregunto, dada la confianza que tengo en su proceder, me relajé, dando por hecho que con su habitual silencio sanearía mi palabra. Nunca siento dolor durante la cura y salgo a la calle con la confianza de saber que lo que digo es cierto. Lo pienso entre dientes y lo verbalizo con eco en el estómago al andar. Pero esta vez pasaba algo extraño. El doctor Saturno me colocó un espejo delante para que no perdiera detalle de lo que pasaba por ahí dentro (la antesala del interior). No sé qué necesidad o empuje le llevó a tomar esta iniciativa. El caso es que del espejo salté directamente a los bronquios y me perdí un rato en mi propia respiración. Aquello no era como imaginaba, un mundo desconocido lleno de pequeños detalles; todos esos que pisamos sin querer. Por ejemplo, me encontré con mi...
Por Dani Seseña