Se metió la última raya a cuadros que le quedaba aquella noche sin luna ni nubes ni claros. Rodrigo se metió sus rencores de una tirada nasal; pero también sus complejos, sus temores y las frases hechas que nunca hizo, pero que sí dijo. Era la despedida. El soplo del último momento. Tenía que irse puesto con lo puesto, sin mirar atrás y no rayarse en el intento. Tenía que romperle las piernas a ese contexto que había estructurado con empeño en los mejores años de su puta vida. Puta porque ella -la vida- fue la encargada de vender su cuerpo por "dos duros" a la misma muerte. Absorbió hasta la última mentira que él mismo amasó para no sufrir el ardor de crecer. La raya, reconocida su cuadrícula, se rebeló por un momento y quiso bebérselo a él, pero Rodrigo sabía defenderse de la absorción ajena. Era un experto en meterse dentro de sí mismo, lo cual le proporcionaba una defensa perfecta contra los ataques de los aliados mejor disfrazados de aliados. Aún así, la geometría
Por Dani Seseña