Limpió el suelo. Apartó la mierda antes de aniquilarla; o transformarla en miserias, qué se yo. Abofeteó a la escoba de la bruja de su jefa 10 años menor; como si fuera un fantasma que por un momento se cubre con piel. Miró para otro lado. Se bebió un par de palabras. Arrastró introspectivamente las púas exfoliantes para esquinazos y suelos ásperos. Vomitó el vacío indigesto de una noche cualquiera. Se plantó y finalmente echó dos flores... Una tenía forma de hoja en blanco y fondo de blanco oscuro. Era inteligente e independiente. Salía de los dedos de las manos y servía para plantear cuestiones no cuestionadas. Y una vez expuestas, se convertía en soporte para darles forma o quemarlas a fuego lento. Con esta prolongación de sí mismo ganaba en seguridad a la hora de barrer miedos y complejos. "La perla entera", la llamó. La otra no tenía forma. Era una idea que únicamente podía verse guiñando un ojo y apretándose los verbos entre los dientes. Tenía la func
Por Dani Seseña