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Mostrando entradas de enero, 2014

Por los pistones de Baker

Patricio está alojado en un centro privado de sí mismo, pero mañana van a practicarle una reacción pública para verificar que puede respirar con autonomía en mitad de la calle. Para realizar la intervención con eficacia y prudencia cuentan con Gregorio Órbita, un conocido analista de resquicios. Patricio entró en un bucle sobcutáneo meridional después de pasar, con Violeta, la llamada Noche del siglo XIX . Decidió privatizarse en parte, pero sin saber la fórmula ni el camino que recorrió para hacerlo; y lo peor, lo hizo como reacción a un error interpretativo. Violeta, desde entonces no sale de su asombro. Literal. Está encerrada en un estado sorpresivo que le impide parpadear y depende de un donante (mirada perdida perenne) de lágrimas ausentes para evitar que se seque la presencia de su mirada presente. Privatizado, contrariado, sin instrucciones para salir del zulo en el que se halla, Patricio ha recurrido a lo único que podía recurrir para entrar en razón. Esto es, Greg

Contextos y vínculos

El hermano habló con el ex, el enemigo con el colega, la madre con el amante; el jefe tonteó con la hermana; los conocidos se repartían los símbolos; la profesora valoraba a un ex alumno descarriado; un famoso se desfamosó y compartió vida tangible; la escritora se enamoró del astronauta... Y todo esto ocurría gracias a un comentario espontáneo de la persona que todos ellos tenían en común: Nicola. Esa mañana se había levantado ocurrente y decidió compartir una frase en su muro social: "Hoy he soñado que Murphy confesaba haber robado la ley a un tipo que vendía frutos resecos". Los likes empezaron a caer como ranas en un dilubio apocalíptico. Los comentarios/respuesta se sucedían por segundo. Parecía que todos celebraban la onírica desarticulación de Murphy. Y todos eran ese conjunto de gente dispar; conocidos por Nicola y desconocidos entre ellos. Y ahí estaban, unidos por el contexto propuesto por ella gracias al comentario surgido de un sueño. Poco después, "

El rock de un reto en alto

Terminé y empecé. En medio del proceso pensé dos cosas. Una de ellas inviable, la otra tan imposible como invisible . Pero no me quedaba otra que imaginar y apostar. La cuarentena había perdido su valor y la única opción que valía era ir a por todas. Estrellarme era posible (incluso necesario) ¿Y qué? Empecé y terminé de empezar.  Encontré un silencio que sosegaba y ayudaba a pensar que recular era también un camino posible. El silencio me cayó y me calló durante un rato. Le escuché hasta que su desagradable ruido implícito me jodió los oídos. Entonces soplé y se fue con su estridente fragor de fábrica. La dirección seguía siendo la misma; siempre con el miedo a resbalar, caer y sangrar. Me había perdonado, así que, como ocurre en el ciclismo, decidí tirar en la cuesta más empinada. El resto del equipo que me acompañaba (fichado y entrenado a lo largo de un vida) me acompañaba... Pero iba mermándose a medida que subíamos a la cumbre (envuelta por la niebla). De vez en cuand

Nicola y la mujer de la trompeta

Estaba hipnotizado, como Edward G. Robinson en La mujer del cuadro ( Fritz Lang , 1944), pero ante una pantalla en lugar de un escaparate, como ocurría en la película. Y en lugar de un cuadro era una foto a la que llegué por casualidad. En ella aparece esta preciosa mujer, con sonrisa contagiosa, sosteniendo una trompeta y una bolsa en la acera de una calle (presumiblemente) de Nueva York. El magnetismo del retrato me captura de tal forma que me cuesta salir sin imaginar la historia que alberga. Además, en ese momento estoy escuchando la poderosa trompeta de Chet Baker y el ambiente no puede ser más propicio para imaginar... Así que me entrego e imagino.  Entro en un bonito e interesante estado propio, entre Lousiana y Madrid; entre mi conciencia y el surrealismo deseado en los mejores sueños. Y entre la mujer de la trompeta y yo en mi pantalla de pronto surge Nicola Pinord. Una desconocida de París a la que una vez quise conocer, pero no pudo ser... Por tantos motivos, como e

El cuaderno

La historia que viene a continuación ocurrió entre las 12 horas de ayer y las 13 de un mes antes... Pol es un adulto que decide recuperar algo, y para hacerlo -llevado por la libre asociación de ideas y deseos- abre una caja metálica que guarda en un armario sin puertas y recupera uno de sus cientos de cuadernos Rubio. En él, sabe, escribió una historia más allá de los deberes de verano. Un cuento que imaginó, pero que cerró por miedo a imaginar sin tildes. Entonces tenía 12 años. Toda la vida esperando al momento de reabrir su ficción para conocer su matiz de realidad.  En su cuaderno estaba Lea , que también había crecido. Lea era una analista de silencios y crítica de trucos y magias. Estaba ahí porque Pol la imaginó en un escenario sin acentos donde era muy feliz; un mundo cargado de estímulos sin tilde. Un contexto en el que Lea devoraba letras y exprimía sentidos en busca del énfasis que necesitaba imaginar, crear o diseñar. Una faceta que desarrolló a espaldas de Pol

Año nuevo, álbum loser

Se conocieron en un bar de losers 36 minutos antes de 2011. Así empieza la historia de Hana y John, una experimentada (48 años) amante del rock sonido garaje y un iconoclasta mod (50 años) adicto al power pop y al doo wap de los 60s. Aquel nefasto 2011 había sumergido a ambos en un escenario sin cabezas de cartel ni teloneros. Lo habían perdido todo. Ni trabajos ni parejas ni nada. No dormían en la calle porque siempre quedaba alguien cerca que les daba alojamiento y poco más. Vívían del recuerdo (lo que les daba algo de valor) y de la supervivencia innata. Afortunadamente llegó la Nochevieja y ambos caminos se cruzaron en la barra de Paqui Dermo (apodo de Francisca Dermana); así se llamaba la propietaria del Bar más sórdido de Castrunteriza (una localidad donde se trafica con adverbios): El Hipopótamo Rosa y las desconsideradas de azul . Dos perdedores que nunca han querido ser nada más que lo puesto. "Lo que llevo es lo que soy", reza el tatuaje en la espalda de Han