Se dieron la mano, un beso y se lo contaron al hombre del piano. Era su última noche juntos. Ella se iba al fin y él, al cabo. Tenían apenas tres horas para emborracharse del cuento que habían destilado. La graduación era la máxima y el equilibrio perfecto. Y el pianista lo sabía todo. Era el único espectador ante un escenario que empezó a construirse en América y decidió convertirse en contexto. Así que pianista y contexto dieron cobijo a Lucian y Prosa. Bailaron sobre sus palabras, rimaron y se arrimaron. Lejos de torturarse disfrutaban de cada nota, devoraban lo imposible como si fuera cierto, se amaban por encima de la prohibición de hacerlo. Ni penas ni culpas, envueltos en las teclas del pianista daban esquinazo a la censura para comerse a besos por la puerta grande de las bulerías y las alegrías. Lo vivido entre ellos tenía su propio estribillo. Lo no vivido salía de las entrañas de un bajo con cuerdas autónomas. Lo no dicho era el coro de fondo... Y lo dicho se lo llevarían ...
Por Dani Seseña