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Mostrando entradas de abril, 2014

El hombre del piano y el telón

Se dieron la mano, un beso y se lo contaron al hombre del piano. Era su última noche juntos. Ella se iba al fin y él, al cabo. Tenían apenas tres horas para emborracharse del cuento que habían destilado. La graduación era la máxima y el equilibrio perfecto. Y el pianista lo sabía todo. Era el único espectador ante un escenario que empezó a construirse en América y decidió convertirse en contexto. Así que pianista y contexto dieron cobijo a Lucian y Prosa. Bailaron sobre sus palabras, rimaron y se arrimaron. Lejos de torturarse disfrutaban de cada nota, devoraban lo imposible como si fuera cierto, se amaban por encima de la prohibición de hacerlo. Ni penas ni culpas, envueltos en las teclas del pianista daban esquinazo a la censura para comerse a besos por la puerta grande de las bulerías y las alegrías. Lo vivido entre ellos tenía su propio estribillo. Lo no vivido salía de las entrañas de un bajo con cuerdas autónomas. Lo no dicho era el coro de fondo... Y lo dicho se lo llevarían

La santa procesión que va por dentro

Se acercó a cada paso, habló con costaleros, devotos y con una virgen consensuada. Sintió la emoción, esnifó todo el incienso que demandaba su intención, creó un círculo vicioso tras un sueño y después salió del paso. Pensó. Dejó de pensar. Sintió. Cayó al suelo y se comió una piedra que intentaba ser menos dura. Se levantó y entendió lo que pasaba: Había estado en todas las procesiones, pero no había encontrado la suya, porque la suya va por dentro. Y a esa no hay Dios ni pasión que la saque a las calles.  Construyó un arca unipersonal para recorrer la procesión que va por dentro. Hizo las maletas con lo justo sin restar valor a lo puesto . Es más, nunca lo puesto había tenido tanto valor para él, como el de la pasión por meterse por esos lugares y afluentes interiores que no sabía muy bien dónde iban a desembocar. Al principio iba muerto de miedo, porque se movía entre temperaturas que no conocía; más allá del frío y del calor. El miedo pasó a ser pánico por los tenebrosos ruid

Descalzos

Decidieron descalzarse para siempre, andar de puntillas y caminar con pies de plomo. No pensaban morir aquella noche de domingo, y no lo hicieron, pero se encomendaron a la pausa del coma antes que a la muerte sin remedio del punto final. Ya no había signos aparte... Todo estaba sobre el papel; en el mismo plano y a la deriva. Sólo queda dejar que el viento, el tiempo, la corriente, las corrientes, los remos y los elementos hagan su trabajo. Ellos ya han hecho el suyo: descubrirse, crearse, creerse y transformarse. Desde que se calzaron la primera vez no habían dejado un renglón sin su sentido correspondiente. Habían caminado sobre espacios en blanco incandescentes, huecos tipográficos japoneses; asomado a puertas (entreabiertas) a contextos continentales; visitado exposiciones de situación; y pensado en todo lo vivido.    El suelo quema, no abrasa. Se clava, raspa, pero regala solidez e invita a recorrer, investigar sus corrientes y aguas subterráneas. El suelo duele, pero sin é

Lucian y la prosa que pensaba en verso

Venía metido en lo mío, o en lo tuyo, no sé muy bien. En ese momento no distinguía. Salía de mis clases de Pronunciación e Introducción a la Hache Muda cuando Lucian me paró en el 107 de la calle Exacto. Por lo menos hacía un año que no sabía nada de él. En concreto desde que se separó del concepto de sí mismo. Entramos en Barrena , un bar de notas al que solía ir a atar cabos cuando se me desataba la impaciencia; o cuando abusaba de los plurales mayestáticos.  Foto tomada en serio en medio de unas obras... Ocupamos la mesa del fondo y nos pedimos unos vinos (yo uno de California traído de Boston y Lucian un Toro de pura tinta), y tras el brindis empezó a contarme su historia. Yo, que estaba en un momento de sensibilidad afilada no tardé en soltar una lágrima tras otra (y así hasta 1044,  la hache muda hace estragos). Le pedí que no se dejara distraer por ellas. Siguió. Me dijo que llevaba tres días sin saber nada de su prosa. Habían decidido -en consenso- despedirse para d

La huella del espejo, una despedida libre de restos que restan

Venía de transcribir una parte del todo y de tatuarse un todo por dentro. Conducía bajo los efectos del temor y bebía para conducir por algunas de las carreteras secundarias de su vida que nunca había tanteado. Delante no había un fin, sino un objetivo que solo enfoca cuando lo ve claro; el típico instrumento al que le da por mirar con lupa sin contar con el ojo que lo dirige. Venía -que no volvía- para mirar de frente a la huella del espejo. Un gesto impreso en el reflejo que le daba tanta fuerza que le asustaba despedirse de él; un guiño tan incondicional y profundo que había trascendido hasta los cofres internos. No tenía por qué hacerlo, pero sabía que para construir un escenario real, tenía que incorporar la huella, borrarla y desalojar el reflejo... que no era más (ni menos) que eso, un reflejo que tuvo su momento. La silueta de un hecho que pujaba por entenderse a sí mismo. Sabía que llevaba su tiempo, al ritmo de la independencia que marca el espacio propio. No podía impedir