Ayer conocí a Hernando Alonso, un millonario que nunca ha perdido el conocimiento ni las ganas de comer, sin embargo se confiesa heredero de los males mayores. Estaba leyéndome la página número 212 de un libro sin hojas cuando se presentó delante de mí con una grabadora en la mano izquierda. Con la otra, la derecha, sujetaba el pensamiento, presionando la sien 'central'. De pronto se arrancó a hablar y me lo contó todo sobre el día en que todo ocurrió. Era un día normal, iba sin prisas por la calle con la seguridad dual que le caracteriza (la financiada, para evitar agresiones por vergüenza y envidia ajena, y la propia). Miraba altanero al cielo y a los lados. De repente sufrió un golpe interior y se quedó mudo, con gesto de angustia , retorcido y tirado en el suelo por no poder enderezar las piernas. La seguridad (toda) le abandonó en el mismo sitio. Dos políticos y dos políticas que pasaban por ahí empezaron a discutir sobre su estado. El del Psoe aseguraba que era una
Por Dani Seseña