Daniel Seseña. Foto realizada en el Mckittrick hotel (Manhattan) Llevaba tiempo de ocupa en un bucle nublado y hermético, sin salidas de emergencia. Ni de las normales. Ese día tardé en levantarme más de lo habitual. Me pesaba el cuerpo y eso que llaman alma. El mes de agosto había arrasado Madrid y yo sin planes y con un teléfono mudo. El panorama resultaba deprimente. Webber había muerto en un atentado terrorista. El resto de los amigos, Carlos, Pol y Luck estaban de vacaciones con sus parejas. El diccionario se escondía de mí para no prestarme sus mejores palabras. El sexo estaba de huelga junto a una diosa anarquista que me dio portazo por no querer jugar con ella en el suelo. Aunque no salí renovado de la ducha, al menos me sirvió para explotar algún coágulo de lágrimas que me invadían como el acné juvenil. Los sollozos los envolví entre acordes de The Clash y lo gritos de Roger Daltrey. Y antes de cortarme un pelo con mi vieja Gillette me dediqué una contundente carca
Por Dani Seseña