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Mostrando entradas de noviembre, 2011

Vínculos oculares

La siguiente historia que procede a continuación tuvo lugar un lunes de noviembre de 1991: Millán y Lucía, dos desconocidos, a la altura del 9 de la calle Maestrillo Valle, se enganchan con la mirada y desde ese momento, las 10:30 horas, pasan tres días hasta que un cuerpo especializado en vínculos logra separarlos. Al principio la gente pasa a su alrededor sin percatarse de lo que sucede. Pero como siempre hay alguien que vuelve y vecinos que pasan más de una vez por el mismo lugar, la imagen de dos personas ( congeladas ), mirándose sin moverse del sitio con expresión de angustia empieza a llamar la atención. Sin embargo, pasa un buen rato hasta que alguien se interesa por la situación.  Mientras, extenuados por la... prisión ocular , Millán y Lucía apenas pueden pronunciar palabra. Es Lucía quien rompe el hielo sin inquietar la mirada. ¿Qué ha pasado? No lo sé ¿Nos conocemos? Creo que no ¿Puedes parpadear? No. Yo tampoco ¿Qué hacemos? Ni idea, nunca me ha pasado algo así, p

REC

Aquella noche se dejó la cámara grabando y al día siguiente descubrió que actúa hasta cuando cree no actuar. Cuando piensa, cuando habla por teléfono, cuando se atusa el bigote , cuando se queda en blanco, cuando se pelea consigo mismo, incluso cuando todo se la suda. Siempre actúa. Desde ese día Raimundo Terrón no cierra una puerta por miedo a quedar 'al otro lado'; evita abrir las ventanas de par en par y sólo lo hace en días impares; y mete su cámara dentro de un cajón vacío. El problema es que la cámara sigue grabando esté encendida, apagada o condenada en el fondo de un mueble bar. Cuando se la compró a Yan Chi Tao , 'el telonero de fondo' (quien tiene historia aparte), actuó sin conocer el papel que interpretaba en aquel momento. " Esta cámara lo glaba todo ", aseguró Yan Chi, y Raimundo se limitó a pagar... Y a contestar sin pensar: " Justo lo que necesito ". El miedo a quedar al otro lado, al par de las ventanas o a no mirar al objetivo l

Una resonancia patética

Cuando se lo pensó la tercera vez supo que había perdido el tiempo con las dos primeras. La inicial por no prestar atención a las palabras que no decía y la segunda por decir lo que no debía. Sin embargo, Elisa Detierra , tuvo la astucia de proporcionarse una tercera oportunidad. Se había cortado un dedo antes que un pelo , lo que le sirvió de trampolín para saltar a su propio abismo de ignorancia. Lo hizo de noche, en mitad de una dulce venganza ejecutada dentro de pesadilla; y tras pensarlo tres veces. Saltó, sin miedo, sin tapaderas, sin protecciones, libre de complejos y con los ojos abiertos. El golpe fue considerable. De una herida no brotó sangre, sino animadversiones en forma de lascas talladas con traumas indelebles. Por un momento creyó arrepentirse, pero estaba tan aferrada a esa tercera oportunidad, tan convencida de su último/único recurso, que ni siquiera pensó en el torniquete... Al contrario, sabía que su propia naturaleza cortaría la hemorragia en el momento