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Mostrando entradas de mayo, 2013

Charcos indefensos

Del charco sale una sombra, la sombra se chamusca mientras se debate entre la vida y la venta, de la compra no hay factura y del registro sólo queda un charco . En un momento dado alguien protesta, otro alguien asume y en el extremo, otro plantea una duda. Dentro de esta historia sienten que no van ni para adelante ni para atrás; quieren salir sin haber entrado del todo... Pasan sin atravesar y miran sin ver a su alrededor. Mojados hasta arriba nadie se moja, porque el montante de la prudencia aplasta al riesgo de saber. La sombra se aclara y la duda planteada por otro protesta pero no llega a ninguna conclusión.  El brillo de un astro cae al suelo con violencia. La oscuridad asciende. Una piedra se resiste a la sepultura de los sedimentos propios del charco. La estrella que no brilla resbala por su propio peso, pero no tropieza. Un zapato sin cordones no ata cabos y se desata. Camina sin destino con el miedo de ahogarse en el charco. De la escena que acoge todos los elementos

Palabra de un especialista de cine que encaja verbos de aleación pesada

Ayer una frase me tiró al suelo. Literal. Me llamo Sebastián Rojo, soy especialista de cine (especializado en mis propias películas) y suelo darme muchos golpes. Estoy acostumbrado a tropezar, a quemarme con el asfalto y a vivir con la piel en carne viva... Sé mucho de caídas y de patadas en el estómago. Tengo tantas cicatrices que parezco una cordillera, y unos abdominales tan duros como el acero más blando. Pero anoche una frase atravesó mi escudo y me reventó por dentro... Como esas sofisticadas balas diseñadas que penetran y una vez dentro sacan toda su metralla.  He ido al fisio, al traumatólogo, al médico de cabecera... Incluso a la consulta del antenista . No ven más allá de mis heridas, de mis señales. No hay escayola que me contenga la rotura ni cabestrillo que sostenga mis brazos quebrados ... Las piernas no responden, tampoco los párpados ni el labio inferior. Es un dolor insoportable del que no tengo experiencia. Es agudo, ácido, frío y abrasador, corrosivo, incóm

Las palabras y el entendedor

Ayer conocí la verdadera historia de un personaje clásico. Muy clásico. La del buen entendedor al que le basta con pocas palabras. Se llama Martín Abreviado y -cómo no- se desahogó conmigo entre café y café... Descargándose de su red todas las palabras que nunca ha utilizado y cuya ausencia tanta fama le han dado. Finalmente reconoció, tras 3 horas de monólogo, que no entiende nada. Esto debería de suponer un trastorno para él, o al menos una agitación interior brusca... ¡Un golpe! Pensaba yo. Pero nada más lejos de la realidad. Estaba encantado de necesitar más palabras para entender algo. Decía que era un descanso reconocer no ser ese buen entendedor. Estaba harto de fingir que no necesitaba preguntar. Claro, ahora tenía tantas preguntas que hacer... Tantas dudas... Tantas tensiones no resueltas por haber aparentado captar el fondo de las cuestiones cuando necesitaba tantas explicaciones... Tanta incertidumbre... Debí de faltar los días de clase en que los profe

Suelo

Está solo frente a un cuarto vacío. Solo frente a un baño que asoma a tres metros. Nadie va a llegar. La pared le mira, no le juzga, pero tampoco le quita ojo. El contraplano, es decir, el muro de carga sobre el que él se apoya, susurra ideas propias de hormigón. Pero al estar desarmado, no las capta. Está tranquilo, observando y dejándose llevar simplemente por la ausencia. Imagina cómo serán las próximas horas... Y como mucho, tirando de proyección propia, llega a visualizar el día de mañana y poco más. A lo Steve McQueen en La gran evasión (John Sturges, 1963), lanza una y otra vez una pelota imaginaria que vuelve a él, eso sí, con reticencias. Acepta esa especie de reticencia ajena, que en comandita con la propia, sienten los elementos (internos e iva incluídos) a tratar con él. Es una cuarentena sin fecha de caducidad , piensa. Un silencio que tiene que escuchar con auriculares para no perder detalle de lo que nunca escuchó. Sabe que tiene que hacerlo -escuchar al milímetro-