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Mostrando entradas de agosto, 2011

Argumento de un nombre movedizo

Llevo tres días intentando acordarme del nombre de un viejo amigo al que hace más de 20 años que no veo. Todo empezó la otra noche; en mitad de un brindis se coló su recuerdo en el presente a través de una grieta de mi subconsciente. Nunca fue un "mejor amigo", ni siquiera uno de los habituales del "grupo". No, él era uno de esos personajes que ocupan un palco de honor durante una leve (pero intensa) temporada de tu vida. Nos hicimos muy amigos en aquella época. Por circunstancias los habituales no estaban, tampoco los suyos. Y ambos estábamos saliendo tortuosas relaciones . Con él descubrí tugurios a los que jamás habría entrado si no fuera porque en aquellos días 'todo me daba igual'. La prioridad era 'salir'; salir de ahí, de aquel sitio en el que mi cabeza se había metido y cuyas oscuras arenas movedizas llenaban mis pies de plom o pegajoso. Beber, fumar y hacer del absurdo una ideología completaban el improvisado equipo de salvamento. En

La carta de Fausto

En la Taberna del Tío Fausto quedan cuatro personas que no parecen muy dispuestas a abandonar el local*: un peregrino al borde de los 40 desengañado pide su tercer tinto; tres amigos que renunciaron a seguir al grupo intentan convencerse de que pueden cambiar las cosas; Fausto Cruceta, el encargado y hijo del fundador, lee Los detectives salvajes de Bolaño. El peregrino desengañado se llama Ernesto y ha tirado de la cadena al mismo tiempo que ha dejado caer la Fe. Ver al Papa pasar de largo a toda velocidad le llevó a descubrir un agujero por el que había perdido el tiempo . Entonces decidió beber se la sangre de Cristo como despedida. Fausto, por favor, lléname la copa . Fausto hace una pausa en su lectura y procede. Los tres amigos se regocijan en ese deseo típico de septiembre de querer abandonar sus insulsos trabajos para montar algo . Se han bebido 12 cervezas y han comido berberechos con salsa de bohemia más unas aceitunas con mensaje, peso sin moraleja. La idea que n

Barrer, partir sin pensar en llegar

Ella sabe cómo barajar las cartas en su favor. Carla me enseñó a barrer y desde entonces he logrado hacerlo en el sentido de mi casa. No es fácil, creedme. Para barrer , primero hay que saber qué limpiar, por dónde empezar y bajo qué objetos se esconden las motas más significativas. Pero Carla, que conoce las claves de los movimientos de cartas, ha sido una maestra formidable. Ella localizó el primer motivo que yo debía arrastrar. Que lo hiciera hacia dentro o hacia fuera ya era cosa mía. Ayer jugamos al mentiroso con dados. Cada cual con su as bajo manga. Maestra y aprendiz en el mismo pulso, en la misma pulsión . Nos pillamos en los mismos renuncios, ganamos las mismas bazas, empatamos en todo. No había manera de mentir sin sacrificar una verdad; era imposible ser sincero sin colar una soberana bola . Por agotamiento decidimos parar y algo más . Decidimos barrer en la misma dirección, a ver qué sentido encontrábamos. Así que hacerlo hacia fuera o hacia dentro ya no dependía

Dudas como piedras

Ayer le pegué una patada a una piedra y salieron tres dudas corriendo. Una de ellas, la más segura de sí misma, no se lo tomó como algo personal. Pero las otras dos corrían pensando que la patada iba por ellas. Apenas tuve tiempo de disculparme. Se las llevó el viento . Y yo me quedé con una mosca, de montaña y muy cojonera, detrás de la oreja que no paraba de decirme, a su modo zumbón, lo imprudente que había sido mi actitud. Lo que me faltaba, ¡que una mosca me hable de imprudencia! Seguí caminando por el monte. Solo y mojándome gracias a esa lluvia que nadie acertó a predecir. Unos 30 metros después, en mitad de una cuesta muy pendiente de mis pasos, me asaltaron las dudas. Una, la más segura de sí misma me robó la prudencia, y las otras dos, directamente se vengaron a base de patadas a mi conciencia. No sé por qué le di esa patada a esa piedra. Desconozco el motivo que me llevó a hacerlo. Fue un acto reflejo . De pequeño pisaba caracoles sin pensar en los pobres invertebrados

Fijos y fijados

Cuando estás de vacaciones, en modo desconexión , no esperas subir un monte y encontrarte con un cerrojo atado al aire. Y sin embargo, te lo encuentras. Es la imagen que ilustra esa entrada. Tengo más fotos. Todas enfocadas a montes, picos (de Europa), platos, caminos, paisajes fusionados (verdes y azules), nubes o aguas (más o menos rizadas), y muchas más; pero ninguna como este candado sujeto a pastos, oxígeno, libertad y a libres interpretaciones. No sé por qué me fijé en él, pero lo hice y como consecuencia, quedé fijado en él. Ahora no hago más que pensar en lo atados que estamos a nuestras estructuras particulares. Aferrados a algo fijo que no sabemos por qué se ha fijado en nosotros. ¿O que se ha fijado a nosotros?

Parir, dudar, disfrutar del asilo

Pasaba un par de días en el cortijo de mi amigo Amos . Necesitaba salir un poco de cuentas para parir algo que tenía rondándome la cabeza. Amos es muy generoso, me deja sus llaves y vía libre para ocupar su casa blanca con techo recto. Creí que la calma y la magia del desierto me dilatarían la salida, pero no fue fácil. De hecho, ahora mismo... ya da igual. Me explico. Salí a dar una vuelta la misma noche que llegué, me apetecía perderme un rato entre cáctus y tierra seca. Tropecé con algo sólido que no era ni una piedra ni un saco de carbón. Aquello que me levantó una uña era una idea abandonada. Traté de abrirla como una nuez, me ayudé de una llave maestra, pero fue imposible. Y digo que ya da igual el motivo por el que pedí asilo a mi amigo Amos, porque al abrir la idea encontré una duda. Todo el mundo anda como loco por vender deudas y yo voy y me adueño de una duda. Y mientras la alimento noto como me endeudo con aquello que me rondaba la cabeza. No me importa, desde el asilo