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Mostrando entradas de 2013

El suelo

Limpió el suelo. Apartó la mierda antes de aniquilarla; o transformarla en miserias, qué se yo. Abofeteó a la escoba de la bruja de su jefa 10 años menor; como si fuera un fantasma que por un momento se cubre con piel. Miró para otro lado. Se bebió un par de palabras. Arrastró introspectivamente las púas exfoliantes para esquinazos y suelos ásperos. Vomitó el vacío indigesto de una noche cualquiera. Se plantó y finalmente echó dos flores...  Una tenía forma de hoja en blanco y fondo de blanco oscuro. Era inteligente e independiente. Salía de los dedos de las manos y servía para plantear cuestiones no cuestionadas. Y una vez expuestas, se convertía en soporte para darles forma o quemarlas a fuego lento. Con esta prolongación de sí mismo ganaba en seguridad a la hora de barrer miedos y complejos. "La perla entera", la llamó.  La otra no tenía forma. Era una idea que únicamente podía verse guiñando un ojo y apretándose los verbos entre los dientes. Tenía la func

Una idea a dos voces

Todo ocurrió tan rápido que se paró el tiempo de un colapso rebuscado . Aunque el mundo seguía a su bola, a lo suyo, a su ritmo tirano sin concesiones ni contratas. Dos voces que andaban buscando una idea en la que integrarse -y dar sentido desde la misma a sendas afonías- se chocaron en un espacio de nadie. Al principio pactaron un silencio respetuoso, pero duró poco. Entre puntos, comas, pausas suspensivas, silencios encubiertos e inseguridades permanentes comenzaron a ecualizarse al mismo tiempo; mutuamente y con nocturnidad y valentía. Tonos más altos, susurros más altos aún, datos que no se reconocen en el espejo y un montón de matices componían las voces.  Mientras sucedía todo a la velocidad del rayo, el sosiego -paradójicamente- se hacía un hueco en esta incipiente historia. Un astronauta y una escritora espacial digitalizaban parte de sus contenidos para llegar a esa idea acogedora, porque desde el principio intuyeron que sólo juntos podían encajar en ella. Años luz

Borrón y trama sin empezar

Prometió subrayarla, ella apuntó. Un tachón ajeno -con tintes propios- les borró del mapa . Es la historia que no fue, o que no ha sido, pero está. Siempre está. Fueron borrados de sus deseos e intenciones. Apartados de sus afinidades y adheridos a externas aflicciones. Él salía de un punto y coma poco etílico, ella de un sueño roto (con taninos de pesadilla). En su día coincidieron en un videoclub sin películas que se mantenía por la inercia de una trama que tampoco fue, pero está. De esas que hay que mirar para poder verla. Entre el drama y la comedia con suspense y con el aliento sobrevolado de un supermercado cercano que solo vende fruta sin gas,  se cruzaron por primera vez.  Antes se habían visto sobre el papel. Configurados por la mente de un escritor que no terminaba de escribir. Arrastraban sin ser del todo conscientes de ello, una sensación intensa de estar inacabados consigo mismos. Su error fue creer que lo que le faltaba a la una estaba en el otro y viceversa. Duran

El miedo suave

Había decidido apartarse del todo y arrimarse a una parte.Quería sentirse dentro, pero no sabía qué significaba "dentro". Hasta entonces había estado dentro y más alejado que nunca de sus cosas; y de él mismo claro. Tanto, que cuando intentaba mirarse las manos solo veía sus pies y nada más allá. La ceguera le impidió entender su alrededor e identificar su propia composición. Lo que le hacía sobrevivir, por tanto, era una fórmula ficción que consistía en sentirse (refugiarse y afirnarse) como víctima de las circunstancias,  verdugo (a sueldo 'de gratis') de causas sin causa y abandonado por el rechazo de sus superiores. La rabia y la reacción ante dicha fórmula le daba la razón de ser y el empuje para seguir viviendo en línea recta muy curva. Así había ido forjando su vida. A base de reacciones ante una tergirversación de referencias. Errático, confundido, agobiado y alterado montó su escenario con hormigón desarmado; desnudo y expuesto. Vivía muerto. Muerto de m

En marcha

Nos encontramos en mitad de la calle y en ese punto nos perdimos. Perdimos la pista de nosotros mismos y decidimos tirar pa'lante sin miedo a lo desconocido. Dejé de ver mis manos para solo intuír las suyas y parte de un pie (podía ser el izquierdo o el derecho). Todo lo percibía alterado; como cuando te presionas los ojos y 'ves las estrellas'. El camino se prometía interesante. Íbamos juntos, pero tan separados que podía tocar la distancia entre nosotros con la yema de mi espacio y la piel de mis ideas por pensar. El dolor había desaparecido y la ausencia de sufrimiento era total.  ¿No estarás borracho? Me pregunté. Soplé mi dedo pulgar y di negativo. Ambos dimos negativo. Así que sólo quedaba incertidumbre y mucho plano por enfocar por delante. Pero sin ver nada, o viendo bajo la influencia de la confusión, sabíamos que contábamos con el instrumental propio para hacernos camino al hablar. De vez en cuando me frotaba los ojos y los tobillos para no marearme. No e

El agua del florero tras la idea y el berenjenal

Estaba terminando de beberme el agua de mi último florero sin romper cuando surgió la idea entre el berenjenal. Intentaba abrirse paso con el ingenio de un susurro que está a punto de pronunciarse. El agua iba camelándose a mi esófago con todas las artimañas del mejor tinto. Por fin podía mirar de frente todas aquellas berenjenas; un bosque que llevaba cultivando (mitad consciente, mitad inconsciente) desde que alguien me arrancó de mi raíz. La altura de las ramas y la frondosidad habían aumentado tanto que apenas dejaban ver el fondo de la cuestión: un barrizal de dolor mezclado con fluidos originales, ganas de comer y la necesidad de salir. La idea seguía su curso. El vino también. Y desde mi sitio -bien plantado- entendí que era hora de ponerme a parir. Una autocrítica con el atuendo de un comadrón. Y de fondo una salida posible: trazar un mapa una vez entendida la radiografía de aquel interior tan externo. Del techo surgió una liana y de la liana brotó un sueño asidero al

La foto de un inquilino que pisa década firme y de paso mira atrás

Me dijo que "las fotos se pierden en la memoria". Pero lejos de jugar con la imagen de los significados, se refería a mis archivos, a mi disco duro. Ni metáforas ni hostias. Así es mi tío Román. Con esa mirada y esa forma tan intensa de hablar, siempre parece que te va a regalar alguna instantánea y anhelada lección, y cuando estás a punto de poner el cerebro en REC, pega una patada brutal a la silla y te caes de culo al suelo porque es una frase tan transparente como práctica. Y de fondo: Miles de instantes están perdidos en mi memoria sin derecho a recuerdo. Una simple clasificación por años los salva de descontextualizarse para siempre, pero los condena a la pena de olvido perpetuo. Weezer 1994 Anoche entré a mis archivos por una puerta trasera, la del sueño. Con un ojo abierto y el otro... medio lleno, un pie en la tierra y el otro listo para salir corriendo, decidí revisar momentos del pasado. El vértigo siempre presente; el que provoca constatar el tiempo que

La tortilla, sus pedazos y las intenciones

Lleva varios meses recogiendo pedazos de sí mismo. Por el campo, ciudad, territorio virtual, mar, aire y caminos paralelos. Algunos son tan sólidos que parecen más enteros (con más cuerpo) que él, pero al intentar cogerlos con las dos manos vuelven a su lugar, al de ser pedazos de un todo. Se pierden en un camuflaje urbano que tiene un poco de todo. Al principio, le inquietaba que ocurriera esto, la ansiedad y la angustia le llevaban a pensar que jamás terminaría de recomponerse y todo quedaría en un camuflaje perenne de un plano subjetivo. Pero poco a poco, mientras sigue recolectando, va entendiendo que no se puede adelantar el tiempo ni adelantarle por un lado. ¿De cuántos pedazos estoy hecho? Se preguntaba en esos días de angustia. Ahora, no los cuenta, porque se lo cuenta. E incluso está aprendiendo a vivir y recolectar al mismo tiempo. A compaginar su existencia con la de los demás y sus pedazos. Envidia a todos aquellos que no necesitan contar nada para vivir; ni pensar

El dedo del ojo

 Anda por ahí con un dedo metido en el ojo que no es suyo, sino del otro. Lo lleva como puede, pero dice que lo prefiere a ir con el índice del mismo metido en recto. Y eso que el otro es un tocapelotas. Así que Raimundo camina y tira del lado más positivo de las cosas; porque asume que siempre va a haber una extremidad ajena dispuesta a pinchar donde más duele o molesta. Lo sabe porque durante algún tiempo él mismo ejerció de capullo, antes de que el insomnio terminara por hundirle en una pesadilla de día con final infeliz de noche. A veces, sólo a veces, se pregunta por qué, él es más de cuándo y hasta dónde.  En una ocasión se encontró con un expatriado que le llevó a hacerse preguntas imprudentes y empezó a dudar hasta la extenuación. Entonces designó una de sus dos pupilas, la derecha, como motor selector de respuestas en ojo ajeno. Una pregunta llevó a otra, una respuesta condujo a otras tantas y al final del día terminó con el dedo meñique del expatriado incrustado en la g

La última cena y el instante secuencia

Acabo de comprar una cámara de fotos que rueda y nada más pagar me he metido dentro de ella. Su mirada no es como siempre he imaginado. Es tan amplia que no hay gran angular que la iguale. Desde su introspección deduzco la mía; desde su vista enfoco mi objetivo, que ya no está en el futuro sino en lo que está, que es primo de lo que viene. Guiño un ojo y escucho su pupila. Dice ésta que aprende gracias a la síntesis que se abrió paso entre lo complejo y la cámara que la amamantó; que no parió. Dice la cámara que está muy lejos de desear atraparme. Sólo quiere retratarme; aunque yo no admita retratos. Dice/ susurra que no hay plano dentro de uno mismo que no proyecte argumento sin frases por hacer, porque las frases se construyen fotografiando el sentido común. Y yo contesto con paciencia -porque no me siento del todo mal dentro de un mundo que siempre percibí a través de proyecciones ajenas- que la fantasía es un lujo en vías de extinción. De hecho recuerdo ahora por qué un ilusi

Martín y su tierra conclusa

Martín no es el tipo más inteligente del mundo, ni falta que le hace, porque es tan audaz y sensible que cede la inteligencia al bien común. Es tan imperfecto como quiere ser y tan feliz como su yo adulto le permite; y eso es mucho. Martín es especial por su naturalidad; y excepcional por su capacidad de expresar los miedos y valentías a contracorriente. Ayer sufrió el ataque repentino, y directo al ojo, de una coma; inmediatamente después su cuerpo respondió con un indeleble moratón... de esos que avisan para evitar la traición. Tras el golpe y forzado por la lesión se guiñó un ojo a sí mismo. Un acto reflejo que le llevó a recordar aquellos momentos en los que su madre le insuflaba ingentes dosis de valor para su propia autonomía.  Acaba de heredar un pequeño terreno familiar aparentemente estéril. Impulsado por el valor y su querida imperfección vital no ha dudado en remover hasta las tierras más ensimismadas y petrificadas con el fin de sacar vida de debajo de las piedras. Co

El bosque y el hipotálamo alumbrado

Me levanté asombrado, con un rayo de sol apuntándome directamente al hipotálamo derecho. Después leí un comentario que amaneció a la par en mi blog. Un comentario sobre una historia que, como de costumbre, había parido en mitad de un sueño, madurado a mediodía y escrito a la noche siguiente. El comentario a pesar de enganchar con el argumento, parecía nacido de la noche anterior. Tenía vida y soberanía propia. Una original independencia que le dotaba de paralelismo complementario. Antes había cenado solo, brindado por mi bosque de 50 metros cuadrados con vistas al mar de dudas (que ya no tengo pero que cuido con mimo) y estacionado mis pausas estancas; esas que alimentan las pérdidas de tiempo. La historia hablaba de un silencio que pedía a gritos abrirse paso entre tanto ruido. Caminaba a susurros, las palabras sinceras eran sus mayores aliadas. Tenía que encontrarse con la soledad para abrir con su ayuda un hueco/tunel vital en mitad del caos (extraordinariamente ordenado) q

La bofetada medio llena

Porque vivir en un sueño es morir en vida, así que ¡Despierta! Se lo dijo con dureza, con cariño, con la esperanza de verle reaccionar. Pero Mario estaba capturado de párpados para adentro, secuestrado por una vida que no era la suya. Como el yonqui que incondicional se entrega a su heroína o el bebé que inconsciente no ve más allá del todopoderoso pezón materno... Y ninguno de los dos quiere salir de su cuento, porque sólo en éste encuentran el consuelo de la placentera y letal mirada protectora. Al final (o en medio) Mario despertó. Abrió los ojos. La luz le cegaba y sentía frío a pesar de los 35 grados a la sombra del madrileño julio. Perdido, avanzaba en su retroceso a la vez que retrocedía en sus avances, siempre buscando lo paradójico de sí mismo. Lo primero que hizo fue mirarse al espejo, pero no asomándose a su rostro sino enfrentándose al margen trasero del reflejo. Ahí encontró un breve consuelo con forma de cepillo de dientes y las llaves de su casa que

La sala del asiento vacío y la extraña sensación

Sentado frente a un escenario en el que pasan cosas. Las butacas, todas ocupadas menos una, la 10, fila 7. Justo la que está a mi lado. Estoy ahí porque no sabía dónde meterme . Con mi piso ocupado por una extraña sensación y la calle abarrotada de temibles burlones no me ha quedado otra que refugiarme en esta  sala del asiento vacío. Pasa el tiempo, pasan secuencias, no pasa nada, pasa todo, inlcuso yo paso por delante sin perderme por detrás. En escena una mujer  se despide sin querer (queriendo decir "no te vayas") de un hombre que no quiere irse. En la butaca la vida... también pasa. Recibo una llamada de mi piso ; me dice que sigue ocupado por esa extraña sensación. En la calle la gente trata de situarse, pero nadie entra a ocupar la butaca vacía. Me abrazo a su respaldo y éste me da a entender que se debe a ella. Yo también la necesito , respondo. Pero ambos sabemos que, como en escena, ella decidió despedirse. No quiero moverme del sitio ni matar la oscuridad con

Sobre ruedas por tus cuadros

Nos encontramos en un escenario muy conocido: el espacio de La última cena . Pero allí no había ni Cristo, tan sólo ella y yo; dos agnósticos despojados de la realidad e incluídos por un sueño ajeno en un cuadro único. Nos mirábamos boquiabiertos y nos reíamos. No sabíamos qué hacer, dónde sentarnos, picar algo de la mesa, probar a encontrar límites en un sitio limitado a priori por un marco... Seguíamos riéndonos. Por fin decidimos sentarnos y observar desde dentro lo que tantísimas veces habíamos visto desde fuera. Abrazados a la complicidad que nos llevó hasta aquí, disfrutamos de cada instante como si fuera real. Ambos sabíamos que en algún momento el portador del sueño nos sacaría bruscamente de la escena. No teníamos mucho tiempo. Entonces ella, escéptica, exclamó irónicamente ¡Cómo vamos a estar aquí , cómo vamos a acabar esto juntos en otro cuadro y cómo vamos a indepencizarnos de tu sueño! En efecto, era mi sueño, pero circulaba por otro canal que no controlaba. Hag

Charcos indefensos

Del charco sale una sombra, la sombra se chamusca mientras se debate entre la vida y la venta, de la compra no hay factura y del registro sólo queda un charco . En un momento dado alguien protesta, otro alguien asume y en el extremo, otro plantea una duda. Dentro de esta historia sienten que no van ni para adelante ni para atrás; quieren salir sin haber entrado del todo... Pasan sin atravesar y miran sin ver a su alrededor. Mojados hasta arriba nadie se moja, porque el montante de la prudencia aplasta al riesgo de saber. La sombra se aclara y la duda planteada por otro protesta pero no llega a ninguna conclusión.  El brillo de un astro cae al suelo con violencia. La oscuridad asciende. Una piedra se resiste a la sepultura de los sedimentos propios del charco. La estrella que no brilla resbala por su propio peso, pero no tropieza. Un zapato sin cordones no ata cabos y se desata. Camina sin destino con el miedo de ahogarse en el charco. De la escena que acoge todos los elementos

Palabra de un especialista de cine que encaja verbos de aleación pesada

Ayer una frase me tiró al suelo. Literal. Me llamo Sebastián Rojo, soy especialista de cine (especializado en mis propias películas) y suelo darme muchos golpes. Estoy acostumbrado a tropezar, a quemarme con el asfalto y a vivir con la piel en carne viva... Sé mucho de caídas y de patadas en el estómago. Tengo tantas cicatrices que parezco una cordillera, y unos abdominales tan duros como el acero más blando. Pero anoche una frase atravesó mi escudo y me reventó por dentro... Como esas sofisticadas balas diseñadas que penetran y una vez dentro sacan toda su metralla.  He ido al fisio, al traumatólogo, al médico de cabecera... Incluso a la consulta del antenista . No ven más allá de mis heridas, de mis señales. No hay escayola que me contenga la rotura ni cabestrillo que sostenga mis brazos quebrados ... Las piernas no responden, tampoco los párpados ni el labio inferior. Es un dolor insoportable del que no tengo experiencia. Es agudo, ácido, frío y abrasador, corrosivo, incóm

Las palabras y el entendedor

Ayer conocí la verdadera historia de un personaje clásico. Muy clásico. La del buen entendedor al que le basta con pocas palabras. Se llama Martín Abreviado y -cómo no- se desahogó conmigo entre café y café... Descargándose de su red todas las palabras que nunca ha utilizado y cuya ausencia tanta fama le han dado. Finalmente reconoció, tras 3 horas de monólogo, que no entiende nada. Esto debería de suponer un trastorno para él, o al menos una agitación interior brusca... ¡Un golpe! Pensaba yo. Pero nada más lejos de la realidad. Estaba encantado de necesitar más palabras para entender algo. Decía que era un descanso reconocer no ser ese buen entendedor. Estaba harto de fingir que no necesitaba preguntar. Claro, ahora tenía tantas preguntas que hacer... Tantas dudas... Tantas tensiones no resueltas por haber aparentado captar el fondo de las cuestiones cuando necesitaba tantas explicaciones... Tanta incertidumbre... Debí de faltar los días de clase en que los profe

Suelo

Está solo frente a un cuarto vacío. Solo frente a un baño que asoma a tres metros. Nadie va a llegar. La pared le mira, no le juzga, pero tampoco le quita ojo. El contraplano, es decir, el muro de carga sobre el que él se apoya, susurra ideas propias de hormigón. Pero al estar desarmado, no las capta. Está tranquilo, observando y dejándose llevar simplemente por la ausencia. Imagina cómo serán las próximas horas... Y como mucho, tirando de proyección propia, llega a visualizar el día de mañana y poco más. A lo Steve McQueen en La gran evasión (John Sturges, 1963), lanza una y otra vez una pelota imaginaria que vuelve a él, eso sí, con reticencias. Acepta esa especie de reticencia ajena, que en comandita con la propia, sienten los elementos (internos e iva incluídos) a tratar con él. Es una cuarentena sin fecha de caducidad , piensa. Un silencio que tiene que escuchar con auriculares para no perder detalle de lo que nunca escuchó. Sabe que tiene que hacerlo -escuchar al milímetro-

La nota del autor

...En el capítulo 108 entra Alguien por la puerta. No se sabe muy bien quién es, pero tiene alguna relación con el autor. El autor se pierde de vista y se reencuentra un rato después consigo mismo y con ese alguien frente a un espejo sin reflejo. Se miran, se examinan, no se reconocen, pero se conocen de siempre. Miden sus palabras, que no usan para hablar, sino para callar. Alguien le da las llaves al autor . El autor hace una copia fotográfica de cada detalle, de cada engranaje que accede a los interiores, de cada dentellada, y decide quedarse con ella y guardar la llave maestra que todo lo abre y en la que siempre se apoyó para entrar. Él le explica lo de Ella; le cuenta que ha entrado por la puerta (sin cierre) del capítulo 108. Es un misterio , dice Alguien . A continuación se sientan en una taberna secreta e íntima a la que Ella solía llevar -de cabeza- al autor, y antes de seguir con el 108 , se adentran (con un pie dentro y otro fuera) en las rarezas del capítulo 109. El

Capítulo 107

Estaba escribiendo el capítulo 107 cuando Ella, la protagonista de mi novela desapareció. No dejó ni rastro. El teclado dejó de responder a su nombre y el disco duro se cerró en banda. La soledad de aquella habitación improvisada me cayó encima, de golpe, y me hizo una brecha estanca. Mi rabia rebotaba contra el insoportable eco de la pared, la noche llegaba a su fin y el día prometía tortura... Venganza . Ella se me escapó de las manos y mi vida empezó a desparramarse detrás... por el alcantarillado. Retomé el futuro, busqué en el presente y pasé del pasado. Miraba mis manos, empañaba el espejo con la esperanza de encontrar pistas al vapor, buscaba entre los manojos de mensajes acumulados en el teléfono, caminaba por las brasas que en su día asaron los cimientos del cuento en el que me metí por escrito (hasta el cuello). Pero ni rastro de Ella. La novela se llenó de huecos y perdió su sentido. Convertido en nada bajé a esnifarme la calle con la esperanza de llenarme de tierra f

Papables, palpables, mamables...

Me cuenta Isidoro, un vecino con...clave de acceso a sus interiores , que ha pensado mucho en el Papa a la vez que se pierde en el recuerdo de la mama de su madre en pleno momento original de succión. ¡Es palpable! Exclama. ¿Qué hecho? Le pregunto. El hecho de que el padre de tantos sea papable y no recuerde el lado mamable de la aventura. Pongo gesto entenderle y trato de no juzgar mientras escucho su versión de las cosas. Dice sentirse perdido, absorbido por ideas desterradas de su lugar de origen. Pero, por lo poco que conozco a Isidoro, sé que encontrará la salida de su crisis. La mama, la mama... repite sonriendo -con acento italiano forzado- una y otra vez. El Papa, el Papa... continúa, pero con el ceño fruncido. Sigo convencido de que... saldrá . No me separo de su lado, tomando nota y grabando con mi cámara cada detalle que deja salir a través de sus muecas. Al fin y al cabo, él es una idea mía. Perdida, pero mía, en definitiva...  Tras una jugada psicotrópica, algo suc

Diálogos sin espera

Dudé en cogerlo, pero lo hice. Alguien se dejó un teléfono con una conversación activa en una sala de espera cualquiera . Era última hora de la tarde (esa que nunca termina) y aquella mañana decidí romper las reglas. En el diálogo abierto una tal Mira sugería que tenían que verse, pero por alguna razón, el interlocutor se había fugado sin contestar (o estaba fuera de cobertura en ese momento). Asumiento mi nuevo rol, libre de normas morales, decidí seguir con la conversación. Le dije que sí, que teníamos que vernos. Te leo extraño , contestó. Eso es porque sigo esperando , reaccioné. Tras unos segundos de duda, siguió escribiendo. Hablaba de contradicciones, de hundimiento de esquemas, de suelos temblorosos, de dudas, de llantos por venir y risas necesarias. Decía que quería sin querer y que eso la sacaba de órbita, pero no podía renunciar. Yo asentía, animaba y preguntaba porqués , cómos y cuándos . Ella lloraba, callaba y encallaba, y después se levantaba una y otra vez. L

Sí habrá paz para los malditos losers

Vengo del videoclub. Hacía más de un año que no me pasaba por ahí... De hecho, pensé que ya no existía. Lucía , su propietaria, ha cumplido 20 años en 5. Por ahí sigue sin pasar nada, a la vez que pasa todo. Los argumentos de las pelis (estrenos o descatalogadas) conviven con la vida de una persona que decidió fantasear. Lucía es una soñadora que no puede soñar, porque su película está en un estuche perdido entre comedias y dramas, y que asoma por bulerías... Y eso que odia el flamenco; aunque sigue rodando. No sabía  muy bien qué hacía ahí. Hace mucho que no tengo una peli en mente que ver. Y más desde que el cine quedó en un segundo plano... Y yo, como maldito loser que soy, de reparto . Pero ahí me he plantado delante de una parte de mí que desconocía y que se llama Lucía , como la canción. Seguro que yo también represento algo en ella, mañana lo sabré porque antes de terminar este post hemos quedado para hablar de cine sin estuche. Y esa peli aún no sé de qué va, pero sé que es d

Aquí, un gilipollas en su sentido

Se paró en un semáforo y se dio cuenta de que era un gilipollas. Después avanzó un paso más y continuó pensándolo, y cruzando la calle a la vez. Era 6 de marzo. Una fecha que no dice nada para alguien que sentía habérselo dicho todo sin haber intercambiado palabra alguna consigo mismo. Y además ese día, cumplía 45. Aquel cruce le destaponó tanto que tuvo que echarse las manos a las orejas para contener el ruido que procedía de dentro. Ruido de llantos no llorados, de pataletas estériles o silencios tan agudos que retumbaban tanto como los más graves. Y todo en mitad de la calle. Simplemente pasó. ¡Pero qué gilipollas que soy! Aquí un cruce, aquí un gilipollas . Hecha la presentación quiso conciliar el sueño que nunca tuvo; dormir despierto para no despertar a la misma bestia que le estaba insultando por fuera y por dentro... Por tierra, mar y caspa. Y en este cruce de cruces seguía parado, bajo un semáforo que marcaba las horas, ignoraba a los segundos y perdonaba a los minutos.

Enrique Meneses que estás en las redes

Esta semana el periodismo perdía a uno de sus más fieles militantes, Enrique Meneses .  Embajador de la información de pura cepa y... trinchera, ha sido sencillamente un ejemplo. Un ejemplo para periodistas de primera línea y también para otros de reparto y aquellos que no pueden ejercer ni desde el banquillo, porque no ha existido traba, filtro o tapa capaz de mermar la capacidad de informar de Meneses. Y cómo dice Georgina Cisquella (fundadora del programa en el que tengo el privilegio de militar, Cámara abierta 2.o, e ideóloga del documental Oxígeno para vivir , que el viernes 11 se estrena en La2 ) "...El periodismo era su oxígeno, lo llevaba en vena". De él estos días se han contado, de manera concentrada multitud de anécdotas, datos y virtudes, así que me limitaré a dar dos pinceladas más de propia cosecha. Cuando fiché por Cámara abierta 2.0 venía con el sentido del periodismo algo tocado (semihundido), pero trabajar bajo al ritmo de la batuta  de Georgina Cisquella