Anoche me miró un tuerto, al mismo tiempo me crucé con un gato negro al pasar bajo una escalera de color, con mi as de la suerte en la manga y tres dados trucados. Y sin cruzar los dedos. Pensé en dejarlo todo y agarrarme a la parte más reconstruida... por mi parte. Tropecé, me caí, le di un beso tierno al suelo . Mis mentiras autoinmunes me sugirieron que no me levantara en un rato; querían que sintiera la textura del asfalto. Accedí y escuché a la superficie pisoteada. Me dijo cuatro cosas y yo contesté que no . Pero antes de levantarme, lo pensé mejor y amplié mi respuesta, le dije que el beso había sido sincero ; había sido un beso de despedida. Mi último tropiezo en el mundo de los escondidos. Reconocí al tuerto por la calle, al día siguiente. Volvió a mirarme , pero esta vez con la cuenca sin ojo. Me mandó un guiño y casi se cae. Me alcanzó de lleno con una frase profunda, pero no me tumbó. Al contrario, me elevó hasta el término medio. Ese lugar que siempre pasa de mí y
Por Dani Seseña