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Mostrando entradas de octubre, 2013

El agua del florero tras la idea y el berenjenal

Estaba terminando de beberme el agua de mi último florero sin romper cuando surgió la idea entre el berenjenal. Intentaba abrirse paso con el ingenio de un susurro que está a punto de pronunciarse. El agua iba camelándose a mi esófago con todas las artimañas del mejor tinto. Por fin podía mirar de frente todas aquellas berenjenas; un bosque que llevaba cultivando (mitad consciente, mitad inconsciente) desde que alguien me arrancó de mi raíz. La altura de las ramas y la frondosidad habían aumentado tanto que apenas dejaban ver el fondo de la cuestión: un barrizal de dolor mezclado con fluidos originales, ganas de comer y la necesidad de salir. La idea seguía su curso. El vino también. Y desde mi sitio -bien plantado- entendí que era hora de ponerme a parir. Una autocrítica con el atuendo de un comadrón. Y de fondo una salida posible: trazar un mapa una vez entendida la radiografía de aquel interior tan externo. Del techo surgió una liana y de la liana brotó un sueño asidero al

La foto de un inquilino que pisa década firme y de paso mira atrás

Me dijo que "las fotos se pierden en la memoria". Pero lejos de jugar con la imagen de los significados, se refería a mis archivos, a mi disco duro. Ni metáforas ni hostias. Así es mi tío Román. Con esa mirada y esa forma tan intensa de hablar, siempre parece que te va a regalar alguna instantánea y anhelada lección, y cuando estás a punto de poner el cerebro en REC, pega una patada brutal a la silla y te caes de culo al suelo porque es una frase tan transparente como práctica. Y de fondo: Miles de instantes están perdidos en mi memoria sin derecho a recuerdo. Una simple clasificación por años los salva de descontextualizarse para siempre, pero los condena a la pena de olvido perpetuo. Weezer 1994 Anoche entré a mis archivos por una puerta trasera, la del sueño. Con un ojo abierto y el otro... medio lleno, un pie en la tierra y el otro listo para salir corriendo, decidí revisar momentos del pasado. El vértigo siempre presente; el que provoca constatar el tiempo que

La tortilla, sus pedazos y las intenciones

Lleva varios meses recogiendo pedazos de sí mismo. Por el campo, ciudad, territorio virtual, mar, aire y caminos paralelos. Algunos son tan sólidos que parecen más enteros (con más cuerpo) que él, pero al intentar cogerlos con las dos manos vuelven a su lugar, al de ser pedazos de un todo. Se pierden en un camuflaje urbano que tiene un poco de todo. Al principio, le inquietaba que ocurriera esto, la ansiedad y la angustia le llevaban a pensar que jamás terminaría de recomponerse y todo quedaría en un camuflaje perenne de un plano subjetivo. Pero poco a poco, mientras sigue recolectando, va entendiendo que no se puede adelantar el tiempo ni adelantarle por un lado. ¿De cuántos pedazos estoy hecho? Se preguntaba en esos días de angustia. Ahora, no los cuenta, porque se lo cuenta. E incluso está aprendiendo a vivir y recolectar al mismo tiempo. A compaginar su existencia con la de los demás y sus pedazos. Envidia a todos aquellos que no necesitan contar nada para vivir; ni pensar