Era la tercera "o" que hacía con aquel canuto maldito. Tanto tiempo en la sala de espera le dio para pensar y dejar de hacerlo. Lo que no sabía era a qué estaba esperando, hasta que la tercera "o" le dio una pista. Entonces se aferró a ella para no resbalar, tomar carrerilla y despegar. Salió despedido con un contrato firmado por sí mismo bajo el brazo torcido. No quería volver a pararse. Estaba harto de salas huecas y de las esperas sin pistas. Inevitablemente tropezó con el aire y cayó al suelo de siempre. Cuando logró despegar la mejilla del paso de peatones tuvo que cederlo. Como no venía nadie cruzó con los ojos cerrados delante de su propia memoria, pero ésta no le reconoció y llegó al otro lado sin recuerdos molestos. Sólo lo puesto. Pensó en saltar de nuevo y no lo hizo. Siguió andando en dirección discrepante . La memoria abrió los ojos y esta vez sí le vio, pero de refilón. Lo justo para devolverle la imagen que se dejó olvidada de sí mi...
Por Dani Seseña