Su reloj siempre marcaba la misma hora, algo más de las 12:05. Sólo cambiaba el día. Pero no le importaba el día en que vivía, tampoco consultaba la hora en su muñeca; ya lo hacía en las paradas del autobús en el móvil. Para Fermín las cosas venían dadas. Pasaban. No podía parar , volver, pasar página o acelerar el paso del tiempo, con lo cual prefería no contar. Además, siempre fue una sombra a quien la información (como la luz en una cueva) llegaba indirectamente a través las paredes limitadoras en las que debía apoyarse para no caer al suelo. ¿Para qué mirar a los ojos al tiempo interpretado? ¿Por qué aceptar la fragmentación de los tiempos? ¿Por qué hacerse preguntas? No merecía la pena, pensaba. Una mañana que no quiso levantarse sufrió una caída en cuenta. Del golpe pensó. Y de la idea nació un minuto con deseos de despuntar y no sólo pasar en 60 segundos. Tenía una pregunta en la cabeza: ¿Qué es lo peor que puede pasar? Desconocía la procendencia y no sabía a ...
Por Dani Seseña