Anda por ahí con un dedo metido en el ojo que no es suyo, sino del otro. Lo lleva como puede, pero dice que lo prefiere a ir con el índice del mismo metido en recto. Y eso que el otro es un tocapelotas. Así que Raimundo camina y tira del lado más positivo de las cosas; porque asume que siempre va a haber una extremidad ajena dispuesta a pinchar donde más duele o molesta. Lo sabe porque durante algún tiempo él mismo ejerció de capullo, antes de que el insomnio terminara por hundirle en una pesadilla de día con final infeliz de noche. A veces, sólo a veces, se pregunta por qué, él es más de cuándo y hasta dónde. En una ocasión se encontró con un expatriado que le llevó a hacerse preguntas imprudentes y empezó a dudar hasta la extenuación. Entonces designó una de sus dos pupilas, la derecha, como motor selector de respuestas en ojo ajeno. Una pregunta llevó a otra, una respuesta condujo a otras tantas y al final del día terminó con el dedo meñique del expatriado incrustad...
Por Dani Seseña