Ir al contenido principal

La mirada de Carla

Daniel Seseña. Foto realizada en el Mckittrick hotel (Manhattan)
 Llevaba tiempo de ocupa en un bucle nublado y hermético, sin salidas de emergencia. Ni de las normales. Ese día tardé en levantarme más de lo habitual. Me pesaba el cuerpo y eso que llaman alma. El mes de agosto había arrasado Madrid y yo sin planes y con un teléfono mudo. El panorama resultaba deprimente. Webber había muerto en un atentado terrorista. El resto de los amigos, Carlos, Pol y Luck estaban de vacaciones con sus parejas. El diccionario se escondía de mí para no prestarme sus mejores palabras. El sexo estaba de huelga junto a una diosa anarquista que me dio portazo por no querer jugar con ella en el suelo.

Aunque no salí renovado de la ducha, al menos me sirvió para explotar algún coágulo de lágrimas que me invadían como el acné juvenil. Los sollozos los envolví entre acordes de The Clash y lo gritos de Roger Daltrey. Y antes de cortarme un pelo con mi vieja Gillette me dediqué una contundente carcajada frente al espejo a lo Fernando Bellver con sus retratos; un maestro en el arte de vaciar su ego de ego y de trascendencia artística. No me creía ni yo a mí mismo. Pero es lo que hay, me dije. Entonces cuando estaba apunto de nada (es decir, de nada) me llamó Carla para invitarme a su concierto. Fue como un salvavidas en mitad del océano.

Abrí la puerta de aquel local. Oscuro, antiguo. Fue como entrar en los años 30. Y ahí estaba ella. En el centro del plano. Al fondo, delante de todo. Clavó su mirada en mí y me siguió como el foco a ella por el escenario. Me senté como pude en una mesa para uno. ¿Qué desea? Me susurró un camarero de época al oído. Whisky, contesté, con voz de duro. Y todo esto sin dejar de mirarnos Carla y yo durante las casi dos horas que duró el concierto. Cuando terminó y ella consiguió liberarse del agasajo colectivo y de los piropos, se sentó en mi mesa. Hablamos y bebimos hasta que cerramos aquel día/noche del calendario.

Al día siguiente me puse a escribir, inspirado por la mirada de Carla. Sabía que no volvería a verla hasta dentro de 5 años. Así funcionaban las reglas del Jazz... Y así han pasado 20 años desde que nos conocimos en aquel comercio que vendía medias tintas al por mayor. Ella en su escenario y yo en el mío. Siempre me quedará el contrabajo para refugiarme en sus graves ante los agudos de un verano sin compasión.

---


Y este es mi pequeño homenaje a mi amiga Carla Revuelta. Murió hace tres años en un tren que viajaba a Santiago de Compostela.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Emocionante. Sorprende la alusión a Fernando Bellver. Gran artista. No queda claro si el vaciado de ego lo practica Bellver o el autor, pero es toda una propuesta: vaciar de ego al ego.
Me gusta
Tapón

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...

En tela de juicio bajo tierra

Me echan monedas... ¡hasta billetes de 10 y 50€! Voy arreglado, sólo estoy algo mareado y sentado en el suelo del metro por no poder sostenerme en pie. Soy abogado , pero no puedo pararles y decirles que no necesito su dinero. No me sale la voz. Estoy preso  en este pasillo... Bloqueado, encerrado y cubierto por aquella tela de juicio que usaba mi padre para tejer el amor hacia mi madre, la gran fiscal en estado permanente (somos 15 hermanos). La superficie de mi maletín tumbado se ha deprimido por la gravedad del dinero... Y no para de hundirse. Yo, mientras tanto, sigo sin saber qué razón inmaterial me impide levantar la cabeza y erguirme como Dios siempre me indicó. Empiezo a detestar el sonido del dinero, la caridad... No puedo defenderme de este ataque absurdo. No sé si me miran mientras tiran su circulante. ¡Nos sabéis lo que llevo en el maletín, desgraciados, no lo sabéis! ¡Con estos papeles sabríais lo fácil que me resultaría hundir vuestros culos en la miseria. Por fin co