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Una resonancia patética

Cuando se lo pensó la tercera vez supo que había perdido el tiempo con las dos primeras. La inicial por no prestar atención a las palabras que no decía y la segunda por decir lo que no debía. Sin embargo, Elisa Detierra, tuvo la astucia de proporcionarse una tercera oportunidad. Se había cortado un dedo antes que un pelo, lo que le sirvió de trampolín para saltar a su propio abismo de ignorancia. Lo hizo de noche, en mitad de una dulce venganza ejecutada dentro de pesadilla; y tras pensarlo tres veces. Saltó, sin miedo, sin tapaderas, sin protecciones, libre de complejos y con los ojos abiertos.

El golpe fue considerable. De una herida no brotó sangre, sino animadversiones en forma de lascas talladas con traumas indelebles. Por un momento creyó arrepentirse, pero estaba tan aferrada a esa tercera oportunidad, tan convencida de su último/único recurso, que ni siquiera pensó en el torniquete... Al contrario, sabía que su propia naturaleza cortaría la hemorragia en el momento preciso.No giró la vista, aceptó la supuración y lo imborrable del asunto.

A medida que pasaban los minutos, los segundos se estancaban, las horas seguían su curso y los días se hacían más cortos. No había transcurrido un año cuando salió de su asombro al comprobar que permanecía en el abismo que tanto había mimado. No había nadie más. Sólo el eco, que le servía para poner en boca de otros lo que llevaba con ella: malos humos, envidias, los calores fríos, los picores ante palabras urticantes, pero también los méritos o los logros. Como ella escribe en el libro que nunca ha publicado: "Era mi propia resonancia patética".

Las muescas en las paredes rugosas del abismo de Elisa marcaban el tiempo. Cada hendidura le recordaba, uno a uno, los despropósitos de una vida a medias; las fotos sin colgar -todas en el suelo apoyadas en la pared- eran el reflejo de una eterna transición; las hojas de cuadrículas con palabras intentando significarse, hablaban de permanecer en el nudo por miedo al desenlace; los errores incrustados entre los pocos adoquines del abismo eran parte ya de un todo sin perfilar... Aquella cueva sin luz tenía tantas cosas por atar que Elisa no veía el momento de partir/parir/ascender. Sólo la convicción de haber acertado pensándoselo esa tercera vez, le proporcionaba certeza y alimento.

Pasaron más horas, minutos, años o segundos... En un momento dado decidió contradecir a su eco,  éste no cuestionó la voz, se produjo un chispazo simbólico (pero visible) y ella empezó a ponerse a parir; y del efecto volvió a nacer. Al día siguiente estaba 'fuera', sentada ante su tabla con dos borriquetas, frente a la ventana que da a la taberna del Tío Fausto, escribiendo sin parar sobre la experiencia... Desarrollando el libro que jamás ha escrito y que tiene un final que seguró pensará por tercera vez.

Comentarios

grp ha dicho que…
Resonancia es la que tiene este post, que tiene la literaria cualidad de seguir sonando cuando ya se ha terminado de leer. Muescas, picores o la eterna transición que rebotan entre las paredes de ese abismo de ignorancia propio.

Iba a decir que este post me había dejado sin palabras, pero es obvio que no. Da para muchas palabras y varios sonidos. Enhorabuena, es muy bueno.
Anónimo ha dicho que…
¡Vaya viaje!
TP
Juana ha dicho que…
Hay un acto de fe en el lenguaje que nos libera de la carga de producir permanentemente enunciados adecuados y razonables y nos lleva a entregarnos gozosamente al ritmo mismo de la lengua, del mismo modo que los mejores bailarines se entregan a la música que los va llevando a los pasos más felices y logrados.
Ivonne Bordelois

Leer estas palabras y acorderme de tu blog y de ti ha sido todo uno.

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