Está solo frente a un cuarto vacío. Solo frente a un baño que asoma a tres metros. Nadie va a llegar. La pared le mira, no le juzga, pero tampoco le quita ojo. El contraplano, es decir, el muro de carga sobre el que él se apoya, susurra ideas propias de hormigón. Pero al estar desarmado, no las capta. Está tranquilo, observando y dejándose llevar simplemente por la ausencia. Imagina cómo serán las próximas horas... Y como mucho, tirando de proyección propia, llega a visualizar el día de mañana y poco más.
A lo Steve McQueen en La gran evasión (John Sturges, 1963), lanza una y otra vez una pelota imaginaria que vuelve a él, eso sí, con reticencias. Acepta esa especie de reticencia ajena, que en comandita con la propia, sienten los elementos (internos e iva incluídos) a tratar con él. Es una cuarentena sin fecha de caducidad, piensa. Un silencio que tiene que escuchar con auriculares para no perder detalle de lo que nunca escuchó. Sabe que tiene que hacerlo -escuchar al milímetro- porque los restos de lo ignorado (consciente o inconscientemente) pasan la minuta a final de mes... o de los años, con consecuencias corrosivas.
A lo Steve McQueen en La gran evasión (John Sturges, 1963), lanza una y otra vez una pelota imaginaria que vuelve a él, eso sí, con reticencias. Acepta esa especie de reticencia ajena, que en comandita con la propia, sienten los elementos (internos e iva incluídos) a tratar con él. Es una cuarentena sin fecha de caducidad, piensa. Un silencio que tiene que escuchar con auriculares para no perder detalle de lo que nunca escuchó. Sabe que tiene que hacerlo -escuchar al milímetro- porque los restos de lo ignorado (consciente o inconscientemente) pasan la minuta a final de mes... o de los años, con consecuencias corrosivas.
No quiere distracciones (o al menos las justas). La pelota, una voz en off, alguna palmadita condescendiente, una taza de te, un partido de fútbol perdido, una cita con cinturón de seguridad, una D.O que tinte el momento de necesaria soledad... Compañeros de viaje que hacen la vista gorda cuando uno se está quedando flaco (por aquello de aislar lo esencial). Y Una historia del Bronx (Robert De Niro, 1993) para no desanimarse.
La espera da para mucho. Y sobre todo da una perspectiva horizontal en la que actúan -compartiendo protagonismo y escenario- dos sentimientos incompatibles a priori. Querer y no querer. Ver y no mirar. Es lo más difícil de entender. Pero ahora tiene tiempo (y una pared sin prejuicios) por delante para comprenderlo e incorporar sus propias gafas que le permitan otear esa perspectiva llena de dimensiones sin catalogar. Las reticencias de los elementos son amigas y la lógica de él ya no es ilógica; es sencillamente la suya. Ahora sólo faltan los muebles, mientras tanto el suelo vacío le sirve de observatorio.
Comentarios
Cuidado también con los consejos ajenos al hormigón, las paredes y las pelotas.
Saludos Seseña