Venía metido en lo mío, o en lo tuyo, no sé muy bien. En ese momento no distinguía. Salía de mis clases de Pronunciación e Introducción a la Hache Muda cuando Lucian me paró en el 107 de la calle Exacto. Por lo menos hacía un año que no sabía nada de él. En concreto desde que se separó del concepto de sí mismo. Entramos en Barrena, un bar de notas al que solía ir a atar cabos cuando se me desataba la impaciencia; o cuando abusaba de los plurales mayestáticos.
Foto tomada en serio en medio de unas obras... |
Él y la prosa habían vivido una historia sin encuadernar, un cuento -poco chino- que empezó sin más y acabó sin fin. La realidad lo pedía, la ficción lo impugnaba; y de vez en cuando se intercambiaban los papeles, la realidad agitando y la ficción calmando. Un año de pasión entre palabras, giros y cambios de sentido; un regalo narrativo para un Lucian redescubierto y para una prosa con más verso en su interior que palabras dichas (las no dichas llenan cofres intangibles... y futuros).
Lucian se marchó y yo volví a la calle por la que venía -metido en lo mío o en lo tuyo- pensando en todo lo que pasa sin que haya pasado. Pensé en todo, y sobre todo... en todo lo que tenía que pensar. Me sentí parte, así que decidí (una vez más) empezar la casa por el subsuelo para olvidarme del tejado. Y ahora, así estoy yo...
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