Ir al contenido principal

Contracturas verbales en la fiesta de la casa subordinada

Ayer me invitaron a una fiesta. No contaban conmigo en principio, pero alguien me lanzó un acento que me tildó de asistente.No estaba con mucho ánimo, llevaba unos días arrastrando una contractura en los tiempos verbales. Finalmente hice una pausa en las cosas que me cuento y pude decidir -sin interferencias- que iba a la fiesta sin previa idea de lo que me iba a encontrar. En la cocina elegí los temas musicales que me acompañarían hasta el cruce de la calle Desiempre con la avenida Puede que pase. Tardo unos 30 minutos en llegar si voy andando, que es lo que pienso hacer, caminar. Necesito ese espacio para  editarme a mí mismo un rato con mi música y mis cosas (esas que pasan por algo).
Foto del blog Are...!

A saber: un poco de fondos marinos para creerme único en la respiración, un brote de soul para animar la descompresión, destellos guitarreros para rejuvenecer y ver público que me jalee, jazz para sofisticar el ante que estreno y ska para no olvidar que tengo mi parte de rudo y de cretino. Y así con todo el equipaje me presento en una casa subordinada. Como sujeto, camino hasta el objeto directo. La puerta se abre marcadamente por el guion. No conozco a nadie, pero todos me resultan familiares. Me recibe una frase de Groucho Marx. Me aferro a ella con el lazo a una cita de Clint Eastwood. Nos paseamos por el espacio diáfano. Vemos mucha idea de éxito, otras que bailan (son las que menos consciencia tienen de sí mismas), mucho punto de inflexión tratando de convencer en sus círculos de la importancia de reconducir situaciones; por cierto, una de ellas se ha quedado encerrada en el baño de servicio. 

La frase de Groucho me deja por un rato para unirse a unas palabras que deambulan algo perdidas. Creo estar preparado para afrontar mi vacío. ¿Cómo hago para ser yo ante una teoría contraria? Lo intento. Y siendo yo recurro al truco de ir a buscar otra copa. Una historia imposible se acerca a mí. ¿Me sirves ese vino que tiene un plano en la etiqueta? Claro, contesto. Nos servimos dos y por un momento ella piensa que es posible y yo también. Nos acompaña una brisa de levante y después todo vuelve a su sitio. Ella a su imposibilidad de ser y la brisa al punto de inflexión que la reclama. Yo, cada vez más entusiasmado con aquel escenario paseo solo y observo sin implicarme. Me doy cuenta de que llevo un rato sonriendo sin forzarlo. Es hora de visitar el baño; siempre me intriga su diseño y confort...

...Está a la derecha de un palíndromo. Cuando entro, caigo en un océano compuesto por agua pasada. Es decir, por hechos que un día fueron relevantes y que hoy nadie ya quiere recordarlos. Es un ambiente cálido y de aceptación. Cuando salgo me doy cuenta de que la hora no coincide con la que supuestamente tendría que ser. El reloj no marca las horas. Lo hago, dice un adverbio de frecuencia. Con unos y con otras voy participando en contextos que me empiezan a sentir algo extraño... que no soy yo. Y eso que sólo me he bebido el vino blanco del mapa. 

Cada vez más ligero y buscando sin querer frases demasiado largas me encuentro... ¿Necesita una pausa? Le comento a un discurso. Afirma con ansiedad y me pide que me implique en sus ideas. Entro en ellas y las convenzo de que deben respirar. Están demasiado encerradas. Me pide el discurso que me quede hasta el final. No me importa así que reparto mis comas y sus elementos me dan cobijo. Pronunciada cada palabra la fiesta termina... Pero no ha hecho más que comenzar, y quiero ser parte de ello. Aquí hay mucho.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Las palabras se las lleva Twitter

Apenas estaba digiriendo una información -con alta carga de valor- cuando un tuit la bajó de golpe muro abajo. Intenté seguirla, pero no paraba de caer al foso; y durante el imparable descenso iba olvidando el cuerpo de la noticia que me había llamado la atención. Finalmente renuncié y volví a lo más alto del muro de nuevo, con la esperanza de leer algo interesante, entonces un hilo que sostenía al texto en extinción entró en escena. Intenté seguirlo pero poco duró su vigencia. Una vez más la gravedad de las redes sociales impuso su fuerza.  El volumen de la ansiedad de la masa social por publicar, por ser viral, por conseguir apoyo de followers, ¡por ser!, por estar, por pintar, pesa y ocupa tanto que la palabra apenas puede sostenerse. De hecho acabo de perder el hilo que me trajo hasta este texto. ¿Habré incorporado la misma gravedad y procesado de ideas? Es posible, porque ya se me está haciendo largo y empiezo a sentir ansiedad por publicarlo y que funcione por sí solo. Pesa

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...