Tenía que
subirse a un tren incierto. Debía pensar en las causas de las consecuencias.
Hizo la maleta sin pensar en la mochila que llevaba ni en el peso de una vida
sin clasificar. Salió disparada hacia el prólogo de una historia por construir.
El disparate la llevó a tomar prestado el portaequipajes de otra persona que
viajaba en dirección opuesta, sin bultos. Antes había dudado si ejecutar una
flexión o una impostura; en una pausa pensó que lo mejor era no parar y
demarrar (y derramar) para coronar el prólogo en solitario. Reanudada la marcha
reclutó tres ideas y se agarró al texto.
Una mañana
amaneció sentada al borde de un libro sin tapas . La experiencia le recordó
-sobre todo por el olor- a una vieja ocurrencia de su padre, cuando pescaban en
una poza sin agua, pero llena de verbos corretones y submarinos. Antes de
marcar la página sobre la que se había sentado se sumergió un poco más en
aquella ocurrencia y pescó desde aquellos verbos. Uno, el más inquieto, la
reconoció inmediatamente. Pocas personas como ella le habían dado tantos
sentidos en el fondo. Y sobre todo, nadie como ella había empatizado tanto con
una palabra así. El otro, más amoldado a su medio y sus formas, no se resistió
y declinó cualquier voluntad de cobrar sentido alguno. Ella, con el verbo del
pasado en su mano, se reconcilió con su padre. La ocurrencia recuperada fue el
vehículo; consistió en implicarla en un proceso de búsqueda submarina a través
de una caña con (en apariencia) pocas ganas de pescar.
Ya en el
tren, ya en el camino entre la impostura y la flexión, se se dio una vuelta por
sus consecuencias conscientes y regresó con todo el equipaje de mano; la parte
facturada tardaría un tiempo en llegar. Era un ejercicio necesario, lleno de
matices de libertad. El prólogo la esperaba con las tramas abiertas y los
brazos sin solapas. Sabía que todo lo que estaba por llegar ya sólo dependía de
ella y de los verbos administrados en sus maletas. Palabras propias,
salvavidas, redentoras, animadoras de crecimiento.
Un día llegó
a su destino: el lugar donde todo sigue y concurre. Y lo mejor de todo,
suspira, es que por fin sé estar; ella, el verbo, el recuerdo ocurrente y su
sitio preciso, añado yo (un narrador ni fu ni fa... sostenido entre palabras).
El libro se abrió de tapas, ella ocurrió y a mí se me ocurrió que era el
momento.
Comentarios
Te dedico una (genu)flexión.