Era la tercera "o" que hacía con aquel canuto maldito. Tanto tiempo en
la sala de espera le dio para pensar y dejar de hacerlo. Lo que no sabía
era a qué estaba esperando, hasta que la tercera "o" le dio una pista.
Entonces se aferró a ella para no resbalar, tomar carrerilla y despegar.
Salió despedido con un contrato firmado por sí mismo bajo el brazo
torcido. No quería volver a pararse. Estaba harto de salas huecas y
de las esperas sin pistas. Inevitablemente tropezó con el aire y cayó al suelo
de siempre.
Cuando logró despegar la mejilla del paso de peatones tuvo que cederlo. Como no venía nadie cruzó con los ojos cerrados delante de su propia memoria, pero ésta no le reconoció y llegó al otro lado sin recuerdos molestos. Sólo lo puesto. Pensó en saltar de nuevo y no lo hizo. Siguió andando en dirección discrepante. La memoria abrió los ojos y esta vez sí le vio, pero de refilón. Lo justo para devolverle la imagen que se dejó olvidada de sí mismo cuando se descalzó antes del despegue.
Anclado en las consecuencias no veía el momento de reconciliarse con las causas. Ya en su casa pensó que había llegado el momento de remodelar el suelo. Se trataba de que el nuevo no repitiera la textura ni los muros del que que ocupó en la infancia y adolescencia. Picó donde picaba, para rascar y encontrar muchos argumentos ocultados. Aquellos que no pudo entender en su momento. Fue rescatándolos uno por uno. había unos 100. Los colocó en orden sin orden. Estructurados. Pero a medida que iba leyéndolos se colocaban en su sitio, en su tiempo correspondiente.
Las lágrimas se alternaban con las risas. Ellas mismas, las lágrimas, se descojonaban de sí mismas; y algunas risas lloraban de pena. Él seguía atando cabos... despegando más aún la mejilla del paso. Hizo una parada técnica para tomar una taza de conciencia. Sola, sin azúcares de más. La saboreó como a la consecuencia de Victoria. Como si fuera la experiencia más consciente jamás vivida. La primera elección sin condicionantes externos. Eran las 4 de la mañana cuando terminó la colección. Aquella transición durmió como nunca.
Al día siguiente comenzó por el suelo y comió pulpo inverso con la mejor consecuencia frente él; pero de su lado.
Cuando logró despegar la mejilla del paso de peatones tuvo que cederlo. Como no venía nadie cruzó con los ojos cerrados delante de su propia memoria, pero ésta no le reconoció y llegó al otro lado sin recuerdos molestos. Sólo lo puesto. Pensó en saltar de nuevo y no lo hizo. Siguió andando en dirección discrepante. La memoria abrió los ojos y esta vez sí le vio, pero de refilón. Lo justo para devolverle la imagen que se dejó olvidada de sí mismo cuando se descalzó antes del despegue.

Las lágrimas se alternaban con las risas. Ellas mismas, las lágrimas, se descojonaban de sí mismas; y algunas risas lloraban de pena. Él seguía atando cabos... despegando más aún la mejilla del paso. Hizo una parada técnica para tomar una taza de conciencia. Sola, sin azúcares de más. La saboreó como a la consecuencia de Victoria. Como si fuera la experiencia más consciente jamás vivida. La primera elección sin condicionantes externos. Eran las 4 de la mañana cuando terminó la colección. Aquella transición durmió como nunca.
Al día siguiente comenzó por el suelo y comió pulpo inverso con la mejor consecuencia frente él; pero de su lado.
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