Ayer le pegué una patada a una piedra y salieron tres dudas corriendo. Una de ellas, la más segura de sí misma, no se lo tomó como algo personal. Pero las otras dos corrían pensando que la patada iba por ellas. Apenas tuve tiempo de disculparme. Se las llevó el viento. Y yo me quedé con una mosca, de montaña y muy cojonera, detrás de la oreja que no paraba de decirme, a su modo zumbón, lo imprudente que había sido mi actitud.
Lo que me faltaba, ¡que una mosca me hable de imprudencia! Seguí caminando por el monte. Solo y mojándome gracias a esa lluvia que nadie acertó a predecir. Unos 30 metros después, en mitad de una cuesta muy pendiente de mis pasos, me asaltaron las dudas. Una, la más segura de sí misma me robó la prudencia, y las otras dos, directamente se vengaron a base de patadas a mi conciencia. No sé por qué le di esa patada a esa piedra. Desconozco el motivo que me llevó a hacerlo. Fue un acto reflejo.
De pequeño pisaba caracoles sin pensar en los pobres invertebrados. Era como dar una patada a una piedra bajo la que se oculta un escorpión o como lanzar una bola de pino con mi tirachinas contra un autobús. No pensaba ni en las consecuencias ni mucho menos en lo que había más allá de mi imprudencia. Pero ahora, ya mayorcito, las tres dudas fugadas del absurdo reflejo me están repateando la cabeza. Igual, en cuanto ponga el punto y final, llegamos a un acuerdo adulto. ¿A ver? Sí, la mosca me confirma que sí.
Lo que me faltaba, ¡que una mosca me hable de imprudencia! Seguí caminando por el monte. Solo y mojándome gracias a esa lluvia que nadie acertó a predecir. Unos 30 metros después, en mitad de una cuesta muy pendiente de mis pasos, me asaltaron las dudas. Una, la más segura de sí misma me robó la prudencia, y las otras dos, directamente se vengaron a base de patadas a mi conciencia. No sé por qué le di esa patada a esa piedra. Desconozco el motivo que me llevó a hacerlo. Fue un acto reflejo.
De pequeño pisaba caracoles sin pensar en los pobres invertebrados. Era como dar una patada a una piedra bajo la que se oculta un escorpión o como lanzar una bola de pino con mi tirachinas contra un autobús. No pensaba ni en las consecuencias ni mucho menos en lo que había más allá de mi imprudencia. Pero ahora, ya mayorcito, las tres dudas fugadas del absurdo reflejo me están repateando la cabeza. Igual, en cuanto ponga el punto y final, llegamos a un acuerdo adulto. ¿A ver? Sí, la mosca me confirma que sí.
Comentarios
Y en mi caso por lo menos, eso es mucho alcohol!.
BLANCO, gracias. Esos golpes siempre terminan por sacar un chichón de buenas ocurrencias. Aunque a veces es un golpe de suerte dar con una mosca zumbona y simpática que inspira. Abrazo grande!!