Limpió el suelo. Apartó la mierda antes de aniquilarla; o transformarla en miserias, qué se yo. Abofeteó a la escoba de la bruja de su jefa 10 años menor; como si fuera un fantasma que por un momento se cubre con piel. Miró para otro lado. Se bebió un par de palabras. Arrastró introspectivamente las púas exfoliantes para esquinazos y suelos ásperos. Vomitó el vacío indigesto de una noche cualquiera. Se plantó y finalmente echó dos flores...
Una tenía forma de hoja en blanco y fondo de blanco oscuro. Era inteligente e independiente. Salía de los dedos de las manos y servía para plantear cuestiones no cuestionadas. Y una vez expuestas, se convertía en soporte para darles forma o quemarlas a fuego lento. Con esta prolongación de sí mismo ganaba en seguridad a la hora de barrer miedos y complejos. "La perla entera", la llamó.
La otra no tenía forma. Era una idea que únicamente podía verse guiñando un ojo y apretándose los verbos entre los dientes. Tenía la función de pegar fuerte a los esquemas más tóxicos. Los que tras su falsa y sólida estructura ocultan la puta intención de impedir construcciones paralelas; mundos prohibidos o espacios que se desmarcan de todo inventario. A ésta la apodó: "Valentina", porque dice "atina y cuestiona con valentía".
Presente
Entiende que con las herramientas que ha conseguido construir puede tirar. Sabe lo que le ha costado. Intuye que tiene que seguir pegando a su escoba y exfoliando la mugre invisible. Concreta. Se sabe relevar a sí mismo cuando hace falta. Percibe aromas de dificultades necesarias. Asume derrotas sin sabor y otras degustadas con reducción de sal dulce. Provoca estímulos antiparones. Comprende que no hay más cojones que hacerlo porque él mismo manda. Y sobre todo apostata y atornilla; y dibuja un suelo que sostiene.
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