Prometió subrayarla, ella apuntó. Un tachón ajeno -con tintes propios- les borró del mapa. Es la historia que no fue, o que no ha sido, pero está. Siempre está. Fueron borrados de sus deseos e intenciones. Apartados de sus afinidades y adheridos a externas aflicciones. Él salía de un punto y coma poco etílico, ella de un sueño roto (con taninos de pesadilla). En su día coincidieron en un videoclub sin películas que se mantenía por la inercia de una trama que tampoco fue, pero está. De esas que hay que mirar para poder verla. Entre el drama y la comedia con suspense y con el aliento sobrevolado de un supermercado cercano que solo vende fruta sin gas, se cruzaron por primera vez.
Antes se habían visto sobre el papel. Configurados por la mente de un escritor que no terminaba de escribir. Arrastraban sin ser del todo conscientes de ello, una sensación intensa de estar inacabados consigo mismos. Su error fue creer que lo que le faltaba a la una estaba en el otro y viceversa. Durante unos renglones les sirvió. Fue cuando él hizo la promesa de subrayarla para siempre sobre blanco y en negrita; y ella lo anotó. Y poco después llegó el borrón y cuenta nueva. Un tachón del exterior (muy interior) acabó con sus perfiles, con sus descripciones y la tinta que les daba entidad. No hubo dolor, solo desvanecimiento. Ni angustia ni punzadas... Inexistencia repentina.
Eran parte de un recuerdo olvidado de un escritor que no lo es y que no se acuerda de que un día dio vida a una pareja sin vínculo aparente. Nadie sabe nada de ellos, ni ellos mismos. ¿Dónde quedan todas esas efímeras intenciones y deseos; todas esas carencias cubiertas por la complementariedad necesaria? ¿Dónde quedan él y ella? Dos personas que están pero no son, o son sin estar. Un escritor sin tinta y con ideas que se pierden en el WC sin permiso de evacuación. ¡Dónde quedan!
No hay mago ni vidente capaz de devolver a la vida a dos personas que no terminan de... terminar de serlo. O de empezar. ¡Qué difícil! La idea, por su cuenta, continúa con su vida. Es la única esperanza. Que caiga en tierras adecuadas y germine para que vuelvan sobre el papel liberados de tachones o borrones incontables. Porque la aceptación de la realidad es cosa del después. La ficción es su antesala. Y él y ella, necesitan la ficción para entender la necesidad que no tienen de dibujarse sin miedo al borrón.
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