Todo ocurrió tan rápido que se paró el tiempo de un colapso rebuscado. Aunque el mundo seguía a su bola, a lo suyo, a su ritmo tirano sin concesiones ni contratas. Dos voces que andaban buscando una idea en la que integrarse -y dar sentido desde la misma a sendas afonías- se chocaron en un espacio de nadie. Al principio pactaron un silencio respetuoso, pero duró poco. Entre puntos, comas, pausas suspensivas, silencios encubiertos e inseguridades permanentes comenzaron a ecualizarse al mismo tiempo; mutuamente y con nocturnidad y valentía. Tonos más altos, susurros más altos aún, datos que no se reconocen en el espejo y un montón de matices componían las voces.
Mientras sucedía todo a la velocidad del rayo, el sosiego -paradójicamente- se hacía un hueco en esta incipiente historia. Un astronauta y una escritora espacial digitalizaban parte de sus contenidos para llegar a esa idea acogedora, porque desde el principio intuyeron que sólo juntos podían encajar en ella. Años luz entre ellos, seres casi incompatibles, pero profundamente unidos y atraidos por la resonancia de la voz ajena. La idea iba tomando forma, incluso más que la cosa. La ecualización, genialmente imperfecta, mantenía los niveles en un perfecto desequilibrio; justo el que necesitaban sus ecos que tanto retumbaban en aquel espacio de nadie.
Cambiaron de plano y sin verse se miraron. Al sonido, por tanto, se unía algo similar a una imagen: la intención de reconcerse y apretarse las manos. De un pacto pasaron a un romance y de aquí a un orgasmo cósmico. Y todo en una frecuencia que ni se ve ni se detecta ni mucho menos se toca; pero tan tangible como una huella dactilar que señala un punto en cualquier mapa, en ese plano ocupado por el astronauta y la escritora. Después llegó un pensamiento, una reflexión con pereza y hambre, un despropósito errante, un golpe de suerte y una palmada errática. Ya lo tenían todo para conquistar la idea...
...Entonces aterrizó la duda. Sabían que entrar en la idea era el objetivo, sí. Pero también el fin. El punto y final a una historia sin pies ni cabeza pero con el cuerpo del mejor tinto. Tenían que tomar una decisión, porque los elementos (de mierda) golpeaban y presionaban al tiempo tanto que nublaba el espacio. Así que decidieron romper estructuras y lanzarse al espacio, pero al otro, al que carece de gravedad y vende caro su alquiler. Y todo porque en medio encontraron matices en sus voces que podían hacer pensar que la idea era otra. Asumido lo cual, ahora mismo, puedo ver (desde mi ventana) sus ecos flotando entre textos, verbos, adjetivos y sentidos poco comunes y sí muy figurados.
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aceptando lo que el espacio inmenso exterior que nos rodea y provoca va poniendo al alcance de nuestras manos, ojos y sensibilidad.