Daniel Seseña. El enunciado y la palabra reproducida |
Por delante le esperaban dos horas para parar y observar. Estaba sentado en un banco sin red. Sin distracciones, solo las que quisiera invocar. Con el vacío y el contenido por delante. Resignificando el vértigo. Dos horas surgidas de un error que no quedaba otra que asumir y aprovechar. Los primeros 15 minutos sirvieron para adaptarse al ritmo y escuchar los rebotes de una respiración más tranquila. A partir de entonces comenzó el baile de diálogos entre ideas autónomas. Eran muchas y de diferentes procedencias. Las dos horas se iban a quedar cortas. Entonces, en lugar de intentar quedarse con todas las ideas, abrió una carpeta en su cabeza para actualizarlas y relacionarlas. Una especie de árbol con ramas cargadas de historias por relacionar y contextualizar.
En mitad de un tango entre dos temas pendientes reconoció una historia, una pauta recurrente. Consistía en vender (o regalar, según el caso) su alma a otra persona para olvidarse de lo importante de sí mismo y encerrarse en el valor ajeno. Esta historia bailaba sola, pero aparentaba estar en equilibrio con otros temas. La pista era grande y la música no paraba. Luces y acción. La trampa consigo misma acababa de ser descubierta por un foco nuevo. Por fin se había dado cuenta de que podía manejar las luces de su propia dirección artística. Acababa de cerrar un capítulo decisivo.
La cepa que había condicionado miles de guiones en su vida estaba desmantelada. No quería cortarla, sino darle un nuevo lugar entre otras ideas. Miró hacia los lados y entendió el valor y significado de estar entre puntos suspensivos, "el enunciado continúa más allá de la última palabra reproducida". Se levantó del banco, cerró las carpetas y se dio el lujo de disfrutar de ser enunciado. Después puso una canción de Don Mclean y empezó a reescribirse junto a la chica del violín.
Comentarios