La mañana del 2 de octubre de un año por concretar se practicó una autopsia a sí mismo que no le llevó a nada. Quedaba todo el día por delante. El siguiente, mañana, no entraba en el guion. Asumida la incertidumbre del origen de un desequilibrio sin etiquetar, volvió al escenario donde público y reparto esperaban su papel. El tiempo como siempre, en su línea. En orden desordenado.
Él no era el protagonista de la obra que representaba, pero sí parte importante. Sus palabras completaban un texto que nunca terminaba de entender. Pero tenía sentido.
En escena, con patio aforado de negro, luces en sombra y oscuridad reluciente, la protagonista le lanzaba un reto no sujeto a verbos ni gramáticas cerradas: resolver un misterioso crimen que nadie había denunciado. Nadie había muerto, nadie había asesinado, no había testigos... Pero una silueta perfilada con cinta blanca marcaba el suelo que pisaban. Y el fondo de la cuestión parecía real. Él, sin salirse del guion, pensaba mientras interpretaba (o al revés). ¿Un crimen sin elementos? ¿Un crimen con un perfil de fondo que nadie reconoce?
Una parte de sí mismo miraba al público, otra a la protagonista y un yo muy repartido seguía pensando en la (auto)autopsia de la mañana. El silencio tenía mucho protagonismo en la historia. Le daba oxígeno para gestionar sus papeles sin perderlos.
El misterio se iba resolviendo escena a escena. De hecho, el desenlace era tan redondo que no daba lugar a dudas. El problema venía cuando aquella realidad, la ficción, se iba a negro una vez caía el telón. Sentía que él también se fundía en la oscuridad, pero sin desintegrarse del todo. La maquinaria de su cabeza seguía a pleno rendimiento. De ahí la autopsia activa.
Al día siguiente no había función. A cambio durmió lo que pudo. Al despertar se encontró pegado a una cinta que le perfilaba. Estaba en el suelo. Solo. Su habitación, aforada en negro, sin luces ni sombras, se había convertido en un escenario sin crimen pero con un protagonista en busca de argumentos. Cuando se levantó no hubo aplausos, pero sí un fragor optimista que le susurró al oído (en tono de apuntador) el texto que venía, porque él -por primera vez en su vida- se había quedado en blanco.
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