Madrid, agosto, primero. Metro poco vacío. Algunos/as quedamos entre
líneas, ‘peatoneando’ entre contenidos y olas de calor. Y en medio, esa
crónica que asoma cuando otras son arrancadas de su espacio. Los
pasillos narran de cuajo. Palabras, avisos y sentidos se unen en
direcciones contrapuestas para mostrarse a un público que mira de reojo...
...O en contraplanos que son poco dados a la exhibición explícita, porque prefieren las historias bajo relieve visto. Unas manos que escenifican un gesto, una actitud de relajación tensa. Es lo único que queda de un contexto que pasó a mejor brida; atado a la superposición de tramas, ideas y decisiones. Una sonrisa de salida que no permite encontrar la entrada.
Y quienes miramos sentimos un calor frío que recorre el objetivo de la cámara antes disparar. Luego llega la captura, la descarga de resultados y emociones en bandeja de salida. Y al final del recorrido, intentamos reconciliarnos con la lógica caótica de fotografiar con un teléfono que ya no llama, ni marca, pero posee, roba y mezcla voces. Madrid, agosto, primero.
Y quienes miramos sentimos un calor frío que recorre el objetivo de la cámara antes disparar. Luego llega la captura, la descarga de resultados y emociones en bandeja de salida. Y al final del recorrido, intentamos reconciliarnos con la lógica caótica de fotografiar con un teléfono que ya no llama, ni marca, pero posee, roba y mezcla voces. Madrid, agosto, primero.
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