Ayer estaba hablando con unos amigos en la calle cuando mi rabillo del ojo izquierdo enfocó un ángulo muerto. Por ahí pasó/encajó un tipo que no... encajaba (bajo no sé qué criterio) en el contexto. Tenía aspecto de gitano rumano. Vestía un chándal con piezas asíncronas; zapatillas sin puntera, pulseras doradas, barba por necesidad, mirada con historias detrás... Y el eje de todo, un cuadro de Dalí bajo el brazo derecho. Donde tenía que haber (por prejuicio o estadística visual) un kit de limpieza de parabrisas apto para semáforos hostiles, mi rabillo del ojo percibió una reproducción (con marco sin gusto) de La tentación de San Antonio de Dalí.

¿Lo quieres? Me preguntó Pedro, con acento rumano. ¿No lo quieres? Contesté. A continuación empezó a llorar. Le invité a una horchata en el bar del chaflán más cercano. Se identificó con mi mentira. De hecho, había salido ese día a la calle dispuesto a deshacerse de "la tentación" que heredó de su tío tuerto en 2003, pero no encontraba el contenedor, el rincón o el portal donde abandonar a Dalí. ¿Lo quieres? Insistió. No, contesté. A cambio le confesé que, al contrario que él, yo busco un contexto que no sé si he perdido o no he terminado de pintar. Yo habito en un blucle, borré mi contexto, aseguró todavía entre lágrimas. Decía que su bucle tenía asperezas, opacidades y suaves salidas al exterior; un 'espacio' de ánimo que impedía construir su contexto. En Rumanía era ingeniero de Ramificaciones (especializado en mapear los caminos que las personas estructuramos para complicarnos la vida). Y muy bueno en su campo. Me enseñó un artículo del New York Times que hablaba sobre él. Ahora ahorcaba el tiempo. Bien estrangulando recuerdos o bien disparando contra esos minutos propios que en ocasiones te pican para que pienses...
Me habló de su familia, de una mujer desaparecida y reaparecida -ante su sorpresa- entre dudas; de un primo hermano que adivinaba el futuro del pasado, o Malbec, heredó el cuadro 'médico' de Dalí.
sea que casi casi atinaba con el presente, pero siempre terminaba tropezando con un intervalo inesperado que le llevaba al extremo de sí mismo; de un hermano que fabricaba oídos sordos; de un hijo-padre y de una madre en Do sostenido que, junto al padre, invirtió y ganaron con los arpegios imaginados en el seno familiar; y de un tío tuerto y apasionado que sólo estaba cuando tenía que estar... De éste, de
sea que casi casi atinaba con el presente, pero siempre terminaba tropezando con un intervalo inesperado que le llevaba al extremo de sí mismo; de un hermano que fabricaba oídos sordos; de un hijo-padre y de una madre en Do sostenido que, junto al padre, invirtió y ganaron con los arpegios imaginados en el seno familiar; y de un tío tuerto y apasionado que sólo estaba cuando tenía que estar... De éste, de
El bucle era su lugar. Su prisión buscada o malquerida. No entré a juzgar ni persuadir, pero le pedí una linterna y permiso para darme una vuelta por alguna de las grutas que había en su mundo. Me dio permiso, una linterna de ilimitada batería y las llaves de un coche que nunca condujo a nada. Entré. Antes tuve que salirme un poco de mí. Allí dentro no había continuidad. No era un espacio caótico, pero entre los desórdenes por los que caminaba (algunos más deslizantes que otros) encontré papeles perdidos, frases hechas sin pulir, huellas profundas, termómetros atemporales y un cúmulo extraordinario de asuntos propios abandonados para ser perdidos por ajenos.
Sentí lástima, impotencia, frustración... Nunca había paseado por el interior de un bucle. Salí y Pedro me preguntó por el viaje. Para él habían pasado dos días, para mí, 10 minutos. En realidad mi paso por allí había durado tres horas. Le contesté. Le sugerí que se diera un chapuzón en su piscina porque, aunque en ella encontraría alguna corriente traicionera, el resto eran motivos que no hacían aguas. Me fui por dónde había venido y al llegar a mi contexto por hacer vi que le habían salido dos ramas. Una muy dura y la otra preguntona. Así que seguí... Pero antes de continuar busqué un cuadro que siempre he tenido, que nunca he colgado y que nunca he sido capaz de tirar. Me lo regaló de pequeño un extraño con sombrero, por la calle. Lo encontré, lo miré y entendí varios asuntos propios. ¡Como para menospreciar el ángulo sel rabillo del ojo!
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