Aka - name (yokai de ciudad) |
La otra noche soñé con un ser mitológico muy cabrón que estaba decidido a meterme una antena periscópica por la nariz. Su intención era muy cerebral: conectarme. Pincharme la cabeza, que no el teléfono. Y como no lograba despertar, la maldita antena iba haciéndose hueco entre los tejidos blandos de las ideas menos sólidas. Intentaba razonar con este ser para que me explicara por qué y hasta dónde estaba dispuesto a profundizar. Pero no hablaba.
Era consciente de que solo yo le había traído a mi mente para que me puteara a su antojo. Es decir, que tenía que inventarme algo y echarle, y entender por qué estaba aquí. Entonces me di cuenta de que el yokai (bien podría ser un Aka-name) fruncía el ceño como yo cuando era pequeño. Y tenía la mirada fija en un fin (mi cerebro) que alguien le había marcado como suyo. No tenía pinta de poder pensar, solo ejecutaba una orden de serie. Y cuando estaba a punto de descubrir una pista más, desperté. Sin más. Sin sobresaltos, sin daños... Sencillamente abrí los ojos. Me dio rabia e intenté volver al escenario del sueño, pero la puerta se había cerrado.
No me gusta la sensación de la inconclusión. Ni su textura. Ese sabor a impotencia tan presente en la infancia, la adolescencia y la juventud. Volví a intentarlo, pero nada. ¡Qué tipo de trampa me había puesto a mí mismo para sentirme así! Ojalá existiera ese Yokai, ojalá pudiera capturarlo como a un Pokemon y responsabilizarle del golpeo a mi cerebro. Pero esto ya no funciona así. Ya no puedo culpar a nadie. Al menos, a mí ya no me funciona. Tocaba por tanto pensar. Deducir. Investigar de córnea para adentro...
Desplegué argumentos sobre el techo. No quería abandonar la cama. Un post-it por aquí, un recorte por allá, una frase olvidada de un amigo, el consejo de una profesora o aquel correo que nunca salió de la bandeja. También coloqué unas fotos recurrentes (y que ni siquiera sé si existieron alguna vez), pero como el Aka-name, estaban en mi mente. Uní unos con otros. Mezclé palabras ajenas y las agrupé en un archivo aparte. Centrifugué sin aclarar. Tendí los platos rotos y, antes de asumir que tenía que levantarme para seguir deduciendo pagué la letra del mes. Y los platos rotos del pasado.
Por fin me levanté con toda la información, desplegada sobre mí. Bajé al trastero para recuperar un dibujo. Estaba en una vieja carpeta. Sabía que había algo entre sus colores que me revelarían algún dato oculto e importante. Así fue. Pero tardé horas en salir de aquel caos ordenado. Resultó ser algo más que un dibujo, era un mapa de símbolos y palabras que en su día "vomité" sin pensar mucho. Pero ahora cuadraba todo. De hecho lo coloqué junto al resto de recursos y ante mí se presentó un argumento lleno de formas sobre un fondo. Era un capítulo de mi vida que se había desprendido y que el cuerpo me pedía recuperar para poder terminar de leer el libro en el que llevaba metido dos años. Lo cogía intermitentemente, pero algo -supuestamente espontáneo dentro o fuera de mí- terminaba distrayéndome y echándome de la lectura. Así que limpié los restos que se acumulan con el tiempo y conseguí poner el punto y final a un punto que estaba en coma.
Comentarios
La textura de la inconclusión... Te lo tengo que robar para eso que no sé si escribiré.