
Concluido el ritual y el desayuno, la respuesta llegó de forma natural. Sentado en el inodoro observó la posible escena delante de él. Se veía a sí mismo levantado de madrugada. Leía la historia del recorte entre la consciencia y el sueño. Su cara reflejaba dolor, rabia, un punto de mofa y escozor. Decidió tirar de la cadena y acompasarse consigo mismo. El recorte acabó navegando por el eterno retorno de la corriente. El dolor rebotó en las tuberías y sonó demasiado en su cabeza.
Pensó en el recurso de no escuchar para no ver; en negárselo todo. Pero la historia del recorte pedía paso. Con la luna en pleno perigeo decidió escuchar lo que su propia marea traía. Conocía de sobra el contenido de ese recorte. Era la historia de un tipo que sufre un ataque de consciencia y muere en el segundo acto. En el primero pierde sus mecanismos de defensa y en el segundo -en su propia cocina- la realidad le fulmina.
¿Qué no quería ver de aquel texto? ¿Qué quería recortar? ¿Qué se fue por su desagüe?
Las respuestas llegaron una a una. No es que no quisiera protegerse de la historia, pero tenía miedos (varios y variados), porque hacía un año que había reciclado sus mecanismos de defensa y vivía a plena consciencia. Sin filtros. ¿Qué quería recortar? La parte fulminante de la segunda parte. ¿Qué se fue por su desagüe? Sus ganas de matar(se); el deseo de ahogar ese eterno retorno que por mucho que tira de la cadena, siempre vuelve.
Con la cuerda sin ropa ha decidido (en)tenderse a sí mismo, porque esta noche interviene en el tercer acto.
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