Ir al contenido principal

La crónica borradora

Borró tres archivos por la mañana, el eje de la crónica que tenía que entregar al día siguiente. Cada uno correspondía a un asunto pendiente. El cúmulo le pesó más que el deseo o la necesidad de resolverlos. Salió a la calle en busca de respuestas aleatorias. La calle -cansada de su rol de eterna transición- contestó con más preguntas. Ella en parte se enteraba de lo que ocurría y en parte lo evitaba. Lo mismo había sucedido con aquellos archivos. Uno fue borrado a conciencia, dos sin querer. O al revés. Nunca lo sabrá con toda certeza.

El día anterior se había registrado un breve temblor de tierra. Pocos grados, pero los suficientes para sentir lo fino que es el asfalto y el vértigo de la fragilidad. El movimiento brusco le dejó algo mareada. ¿Qué relación existía entre el miedo a caer al abismo y el borrado -accidental o no- de archivos propios? ¿Había alguna relación? Mientras paseaba sin destino marcado -sintiendo y recuperando la firmeza del suelo con sus nuevas sandalias- el contenido de los archivos poco a poco se iba restaurando en su memoria. La respiración ganaba espacio entre intervalos. Al final del día llegó a recuperar una biblioteca de más de 3000 imágenes sin orden aparente y varias crónicas escritas a 'pocos metros' del suceso que las inspiró.  Y todo, desde su cabeza.

Con los pies molidos y las sandalias nuevas echando humo y pidiendo tregua, Celia de Mazo Millán llegó a su casa a la 1:43 de la madrugada, agotada de recordar y atar cabos. Ahora quedaba lo más difícil: distinguir entre el deseo o la necesidad de escribir la crónica antes de dormir, puesto que de lo contrario, todo volvería a la papelera, y el deseo (algo más oculto) de no hacerlo y descansar en el borrado. Al final, o al principio -según se mire-, redactó su texto; con más detalles y pixeles que los documentos eliminados por la mañana. Se tituló El hallazgo colateral y cuenta la historia de Mateo Sostenido, un periodista que buscando un gif para ilustrar una noticia encontró a su hermano,  desaparecido hace más de 10 años. Una historia construida por cientos de movimientos involuntarios, archivos corruptos, actos fallidos, fotos perdidas, errores no forzados (como se diría en el argot del tenis) y pistas falsas.

La crónica fue la más compartida en redes, todo un éxito de lecturas, descargas y comentarios. Un mes después, en mitad de otra búsqueda encontró los tres archivos (aparentemente) borrados. Uno de ellos, el que ligaba los tres, contenía una carpeta que se había colado -sin querer- y que no pertenecía a la crónica sobre el periodista Mateo Sostenido... ¿O sí? Dentro había unas anotaciones sobre cómo manipular algoritmos de búsqueda de información de personas sobre las que escribía. Aquella noche el suelo volvió a temblar. Antes, por la mañana Celia de Mazo Millán se había comprado unas sandalias nuevas. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Las palabras se las lleva Twitter

Apenas estaba digiriendo una información -con alta carga de valor- cuando un tuit la bajó de golpe muro abajo. Intenté seguirla, pero no paraba de caer al foso; y durante el imparable descenso iba olvidando el cuerpo de la noticia que me había llamado la atención. Finalmente renuncié y volví a lo más alto del muro de nuevo, con la esperanza de leer algo interesante, entonces un hilo que sostenía al texto en extinción entró en escena. Intenté seguirlo pero poco duró su vigencia. Una vez más la gravedad de las redes sociales impuso su fuerza.  El volumen de la ansiedad de la masa social por publicar, por ser viral, por conseguir apoyo de followers, ¡por ser!, por estar, por pintar, pesa y ocupa tanto que la palabra apenas puede sostenerse. De hecho acabo de perder el hilo que me trajo hasta este texto. ¿Habré incorporado la misma gravedad y procesado de ideas? Es posible, porque ya se me está haciendo largo y empiezo a sentir ansiedad por publicarlo y que funcione por sí solo. Pesa

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...