Me echan monedas... ¡hasta billetes de 10 y 50€! Voy arreglado, sólo estoy algo mareado y sentado en el suelo del metro por no poder sostenerme en pie. Soy abogado, pero no puedo pararles y decirles que no necesito su dinero. No me sale la voz. Estoy preso en este pasillo... Bloqueado, encerrado y cubierto por aquella tela de juicio que usaba mi padre para tejer el amor hacia mi madre, la gran fiscal en estado permanente (somos 15 hermanos).
La superficie de mi maletín tumbado se ha deprimido por la gravedad del dinero... Y no para de hundirse. Yo, mientras tanto, sigo sin saber qué razón inmaterial me impide levantar la cabeza y erguirme como Dios siempre me indicó. Empiezo a detestar el sonido del dinero, la caridad... No puedo defenderme de este ataque absurdo. No sé si me miran mientras tiran su circulante. ¡Nos sabéis lo que llevo en el maletín, desgraciados, no lo sabéis! ¡Con estos papeles sabríais lo fácil que me resultaría hundir vuestros culos en la miseria.
Por fin consigo levantarme, pero con la cabeza gacha y voz de pito. ¡Qué soy! Sacudo el maletín de mísera minuta, se desparrama por el suelo. Parte de mí también. Las contradicciones de mi vida me sacuden. Me llegan bofetones, sacudidas, soplidos, alegatos, prejuicios y una permanente defensa contra un ataque ocasional. Las siento, pero tiemblan... las piernas. Corro como puedo hacia la salida pero no puedo escapar. Me rodea la gente y me tumban en el suelo. Me arrinconan y me entierran entre monedas y billetes.
Se llama Rodrigo Del Tercio y hoy, un año después, vaga por los pasillos del metro. Le ha crecido la barba, pero no ha renunciado a sus característicos tirantes. Se asea gracias a los grifos que se distribuyen por los túneles subterráneos. Tiene mucho dinero, sacas llenas de monedas y billetes que recibe a diario gracias a la caridad de todo y toda viandante subterráqueo* y subterráquea. No pide, pero para mantenerse a flote en su amada cordura, ofrece charlas sobre temas jurídicos en lenguaje cercano. Recibe monedazos, aplausos y hasta ofertas de empleo, pero cuando mira a la salida se mete un poco más para adentro.
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*Así llama Rodrigo Del Tercio (refunfuñando para sus adentros) a la ciudadanía viajera, despectivamente y separando géneros.
** Esta historia me la ha proporcionado Sanz (me pide permanecer en el anonimato), una persona que a través de las cámaras ve todo lo que sucede en los interiores del metro. Ayer tuve el placer de entrevistarle. Y puedo asegurar que esta historia no ha hecho más que comenzar.
Comentarios
¡Allá tú! Me digo constantemente.