Ayer leí un mensaje en un móvil ajeno. Se lo mandó alguien a alguien en el autobús y alguien como yo (un entrometido nato), en medio del asunto lo recibió sin querer. Hablaba de mí; describía cómo y cuándo debía ser ejecutado. Antes de bajarme del autobús miré los ojos de mi latente asesino para comprobar si me reconocería. Jugaba con ventaja, porque sabía -por lo que indicaba el mensaje- que no me mataría ahí, en ese momento. Ni me miró. No se inmutó. Era casi un treintañero con cara de haberlo suspendido todo sin aprobar más que lo justo, y mueca de desear romper sus primeros platos... Seguramente, acomplejado por ser un experto en pagar los rotos por sistema.
Volví a subir al autobús. Para no llamar la atención, compré el billete de nuevo. Sólo una señora al verme puso cara de déjà vu. Es más fácil así (volver a entrar); cómo va a pensar la señora que un tipo baja y vuelve a pagar para subir al mismo autobús. Para darle más emoción al asunto, me senté junto a mi latente asesino, deseando preguntarle ¿por qué, quién y cuánto? Mantuve la compostura para permanecer invisible y seguirle hasta su destino. ¿Qué haría 24 horas antes de matarme?
No pude contestar a la pregunta, porque a la señora del déjà vu se le encendió una bombilla y me disparó con un spray anti violadores mientras me llamaba asesino. Los pasajeros uno a uno se fueron animando y sumando a la fiesta, y terminaron por patearme en el suelo. Entonces llegó el momento más extraño, una persona me defendió y paró el linchamiento: mi latente asesino. Pudo con todos, como si estuviera acostumbrado a resolver conflictos de ese tipo. Me ayudó a bajar y me acompañó al hospital más cercano, que curiosamente fue el mismo en el que nací.
Cuando recuperé el conocimiento ahí estaba él, esperando a que me encontrara mejor para acribillarme a tiros, tan paradójicos como letales. No entendía nada de lo que estaba pasando, repasé los hechos en silencio: "Me subo a un autobús, me entero por casualidad de que me van a matar y mi latente asesino me salva de un linchamiento después de que una señora me haya confundido con otro asesino"...
No se movía, más pendiente de su móvil inteligente que de mí. Pensé en salir corriendo, pero me habían roto las rodillas. Le di las gracias para ver qué me daba él a cambio. Me guiñó un ojo. Me preguntó qué recordaba del episodio. Todo, le contesté. Le hablé de la señora y de que me sumergí en una neblina blanca anestesiante mientras me llovían las hostias. Desvié el tema todo lo que pude, pero me preguntó qué recordaba en concreto antes de la paliza. Nada, respondí. Todo, replicó apoyado en una sonrisa de seguridad.
Empecé a oler mi muerte. Pero agarrándome al pretexto del dolor, oculté las muecas de pánico. ¿Todo? Pregunté. Entonces se acercó sigiloso hasta mi ojo derecho y me puso su móvil delante. Sólo pude leer caracteres sueltos, mi nombre entre ellos, la palabra accidente, martes, que sufra, rápido, entierro, Cerro del Desgraciado. Como no soy de los que aguantan mucho una mentira o una cara de póquer, decidí preguntar directamente: ¿Cuándo lo harás?
Entonces llegó lo más sorprendente de todo. ¿Por qué? Me preguntó. ¿Por qué, qué? Contesté. Mi latente asesino no entendía que me diera por muerto sin antes tratar de entender la razón que lleva a una persona a encargar a otra mi muerte. Y digo que es sorprendente porque no es frecuente que un mercenario se haga tantas preguntas antes de acabar con el primo de turno. Y de pronto, no sé cómo, le maté yo a él con mis propias manos. No quería hacerlo. Es más, necesitaba responder a sus preguntas, pero una fuerza interior le fulminó con mi mirada. Cayó al suelo y fingí estar inconsciente cuando entraron las enfermeras. Después, sin querer, entré en coma.
Punto y seguido después, salí de la UVI y en la entreplanta del hospital supe que el asesino era yo, pero con la sensación de no tenerlo claro. Acababa de matar a alguien que recibió un mensaje de alguien para acabar con alguien como yo. Cuando se cerró el telón y la gente comenzó a aplaudir el tramoyista me lanzó un saco lleno de frustraciones que me partió el cuello. Los aplausos no paraban y me consta que muchos eran para mí...
Lo cuento ahora porque un adolescente compró mi alma en una subasta irónica y decidió desarrollarme y sublimarme en una aplicación móvil. Una aplicación que detecta los objetivos de las miradas ajenas. De hecho, fue él quien pagó al tramoyista para formatearme; fue él quien creó el escenario y fue él quien mandó el mensaje a mi latente asesino para que yo lo viese y así testar el poder de mi mirada y de mi capacidad innata por detectar intenciones ajenas. Y cómo no, fue él quien inhibió mi capacidad de preguntarme por qué.
Hoy, aunque muerto, soy el más aplicado.
No se movía, más pendiente de su móvil inteligente que de mí. Pensé en salir corriendo, pero me habían roto las rodillas. Le di las gracias para ver qué me daba él a cambio. Me guiñó un ojo. Me preguntó qué recordaba del episodio. Todo, le contesté. Le hablé de la señora y de que me sumergí en una neblina blanca anestesiante mientras me llovían las hostias. Desvié el tema todo lo que pude, pero me preguntó qué recordaba en concreto antes de la paliza. Nada, respondí. Todo, replicó apoyado en una sonrisa de seguridad.
Empecé a oler mi muerte. Pero agarrándome al pretexto del dolor, oculté las muecas de pánico. ¿Todo? Pregunté. Entonces se acercó sigiloso hasta mi ojo derecho y me puso su móvil delante. Sólo pude leer caracteres sueltos, mi nombre entre ellos, la palabra accidente, martes, que sufra, rápido, entierro, Cerro del Desgraciado. Como no soy de los que aguantan mucho una mentira o una cara de póquer, decidí preguntar directamente: ¿Cuándo lo harás?
Entonces llegó lo más sorprendente de todo. ¿Por qué? Me preguntó. ¿Por qué, qué? Contesté. Mi latente asesino no entendía que me diera por muerto sin antes tratar de entender la razón que lleva a una persona a encargar a otra mi muerte. Y digo que es sorprendente porque no es frecuente que un mercenario se haga tantas preguntas antes de acabar con el primo de turno. Y de pronto, no sé cómo, le maté yo a él con mis propias manos. No quería hacerlo. Es más, necesitaba responder a sus preguntas, pero una fuerza interior le fulminó con mi mirada. Cayó al suelo y fingí estar inconsciente cuando entraron las enfermeras. Después, sin querer, entré en coma.
Punto y seguido después, salí de la UVI y en la entreplanta del hospital supe que el asesino era yo, pero con la sensación de no tenerlo claro. Acababa de matar a alguien que recibió un mensaje de alguien para acabar con alguien como yo. Cuando se cerró el telón y la gente comenzó a aplaudir el tramoyista me lanzó un saco lleno de frustraciones que me partió el cuello. Los aplausos no paraban y me consta que muchos eran para mí...
Lo cuento ahora porque un adolescente compró mi alma en una subasta irónica y decidió desarrollarme y sublimarme en una aplicación móvil. Una aplicación que detecta los objetivos de las miradas ajenas. De hecho, fue él quien pagó al tramoyista para formatearme; fue él quien creó el escenario y fue él quien mandó el mensaje a mi latente asesino para que yo lo viese y así testar el poder de mi mirada y de mi capacidad innata por detectar intenciones ajenas. Y cómo no, fue él quien inhibió mi capacidad de preguntarme por qué.
Hoy, aunque muerto, soy el más aplicado.
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Rita Barbie-Ra (antes la Zapateta)