Ir al contenido principal

Pulpos de secano y otras teclas no pulsadas

Salí con prisa de casa, sin mirar a los lados ni al frente, ni detrás. El resultado fue un fuerte golpe conmigo mismo al no verme venir, que me llevó hasta lo más profundo de la superficie del asfalto. Un señor con cara de pocos enemigos llamado Evaristo me levantó y me sentó en una banqueta de metal, junto a un puesto de pulpos extremeños. Tómese esto, le vendrá bien. Me ofreció un vino blanco y un pincho de pulpo de dehesa propia. El efecto fue inmediato. Como el mejor de los lexatines tomados a tiempo, dejé las prisas y me quedé charlando con este tipo. Me contó que en su día fue espía, pero que dejó de espiar porque terminó vigilándose a sí mismo. También yo me tropecé como usted, me dijo y se echó a reír. ¡Qué cachondo! pensé. 

Al tercer vino descubrí el punto a este tipo de pulpo de interior. Al principio cuesta de digerir, me decía Evaristo, pero luego entiendes que a veces el mar no lo es todo. Me lo decía él, un exespía de secano que había navegado por las aguas más turbulentas, las interiores. Esas putas mareas que sacuden con más fuerza que la bofetada de una madre o padre cabreado con razón por culpa de las inclemencias del niño. Al cuarto vino me contó que en una ocasión se cayó del barco, sin salvavidas. Llegó a tocar el fondo marino por no disponer de aire suficiente como para mantenerse en pie... a flote.

Durante el trayecto logró enfocar y ver la cantidad de especies que le acompañaban en su descenso. Seres que no figuraban en los documentales de la tele: peces portadores de mensajes de la infancia; serpientes con cabeza de toro que embestían a la mínima, nerviosas por falta de límites; boquerones caprichosos preocupados únicamente por saciar sus ansiedades; ballenas con pies de plomo; o cipreses con forma de cangrejo que no saben cuando arraigar... 

Pero supe emerger, suspiró justo antes del quinto vino. Después me contó como montó su dehesa. Así nos conocimos Evaristo y yo. Hoy somos socios. Y hemos ampliado puntos de mira. Por ejemplo, mientras él sigue aumentando la familia de pulpos bravos, yo he montado una granja de pensamientos no tecleados. Se parecen a los percebes de montaña en lo esencial, pero con arraigado instinto de sepia. Se comen y dejan comer. Son muy sabrosos, de hecho. Pero lo mejor de esta especie es que trabaja en la digestión. Pone en marcha el pensamiento crítico de los intestinos, que son, en definitiva, los que controlan el efecto salvavidas de cada uno. Evaristo y yo trabajamos bien en equipo. Y todo, gracias a ese golpe que me di contra mí.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Desde Vigo, donde saben de todo lo del mar, he oído una conversación entre empresarios que han iniciado un próspero negocio de plantación de corderos de árbol. Tres cosechas al año!
Qué te parece!
Candela Guevara ha dicho que…
Sigo pensando que deberías haber montado conmigo un criadero de berberechos salvajes... Es un ejemplar interesante y en peligro de extinción.
Me ha encantado tu post!! Yo hoy me he sumergido en las profundidades de un abismo y he divisado alguna rata de cloaca con escamas.
Dani Seseña ha dicho que…
A medida que profundizo en el universo de... los percebes salvajes entro, esta noche, en una aventura que me lleva a ampliar irremediablemente las 'tomas' de conciencia para añadir un 're' mayor al concepto. ¡Acción!
grp ha dicho que…

Lo leí ayer y me gustó mucho. Lo leo hoy y me gusta muchísimo más.

Será que yo también trabajo en la digestión
Dani Seseña ha dicho que…
Es que las digestiones son viajes llenos de estados, comuniodades y estados de ánimo. Reconforta que la entrada mejore al día siguiente.

Gracias!

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Las palabras se las lleva Twitter

Apenas estaba digiriendo una información -con alta carga de valor- cuando un tuit la bajó de golpe muro abajo. Intenté seguirla, pero no paraba de caer al foso; y durante el imparable descenso iba olvidando el cuerpo de la noticia que me había llamado la atención. Finalmente renuncié y volví a lo más alto del muro de nuevo, con la esperanza de leer algo interesante, entonces un hilo que sostenía al texto en extinción entró en escena. Intenté seguirlo pero poco duró su vigencia. Una vez más la gravedad de las redes sociales impuso su fuerza.  El volumen de la ansiedad de la masa social por publicar, por ser viral, por conseguir apoyo de followers, ¡por ser!, por estar, por pintar, pesa y ocupa tanto que la palabra apenas puede sostenerse. De hecho acabo de perder el hilo que me trajo hasta este texto. ¿Habré incorporado la misma gravedad y procesado de ideas? Es posible, porque ya se me está haciendo largo y empiezo a sentir ansiedad por publicarlo y que funcione por sí solo. Pesa

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...