Me cuenta Isidoro, un vecino con...clave de acceso a sus interiores, que ha pensado mucho en el Papa a la vez que se pierde en el recuerdo de la mama de su madre en pleno momento original de succión. ¡Es palpable! Exclama. ¿Qué hecho? Le pregunto. El hecho de que el padre de tantos sea papable y no recuerde el lado mamable de la aventura. Pongo gesto entenderle y trato de no juzgar mientras escucho su versión de las cosas.
Dice sentirse perdido, absorbido por ideas desterradas de su lugar de origen. Pero, por lo poco que conozco a Isidoro, sé que encontrará la salida de su crisis. La mama, la mama... repite sonriendo -con acento italiano forzado- una y otra vez. El Papa, el Papa... continúa, pero con el ceño fruncido. Sigo convencido de que... saldrá. No me separo de su lado, tomando nota y grabando con mi cámara cada detalle que deja salir a través de sus muecas. Al fin y al cabo, él es una idea mía. Perdida, pero mía, en definitiva...
Tras una jugada psicotrópica, algo sucia por mi parte, consigo que se duerma. Salgo a la calle y me pierdo. Sueño (en do traidor) que me convierten en papable contra mi voluntad, pero Isidoro insiste. Trato de evitarlo; con la fuerza se me caen dos dientes con fundas (con forma de sotana). La mama de mi madre aparece vestida de Superhéroe en decadencia, desde el púlpito. Sólo yo la veo, sólo Isidoro la reconoce. Me saco un santo grial de la chistera. Un conejo me niega. El tonto del pueblo se encierra en sí mismo.
Isidoro despierta del sueño lisérgico. Yo no. Isidoro sigue escribiendo este post. Yo abandono y me tomo una sobredosis de decisiones. Me retiro a la habitación 203 de un hotel (tipo existencia, como el de Brooklyn follies). Isidoro reza por mí. Yo no. Es palpable, pienso. ¿Lo ves? Exclama Isidoro. Lo veo, contesto y me entrego a una hoja que se ha dado la vuelta a sí misma. Ese es tu papel, sentencia Isidoro al mismo tiempo que dibuja una cruz con los dedos índice y corazón de la mano derecha.
Afortunadamente puedo contarlo. Me gusta sobrevivir a las embestidas propias de circunstancias ajenas. Isidoro se siente Papa y claro, mama. Yo ya no niego nada, ni mucho menos juzgo, con o sin, cátedra. Ahora toca vivir.
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Grp