Nos encontramos en un escenario muy conocido: el espacio de La última cena. Pero allí no había ni Cristo, tan sólo ella y yo; dos agnósticos despojados de la realidad e incluídos por un sueño ajeno en un cuadro único. Nos mirábamos boquiabiertos y nos reíamos. No sabíamos qué hacer, dónde sentarnos, picar algo de la mesa, probar a encontrar límites en un sitio limitado a priori por un marco... Seguíamos riéndonos.
Por fin decidimos sentarnos y observar desde dentro lo que tantísimas veces habíamos visto desde fuera. Abrazados a la complicidad que nos llevó hasta aquí, disfrutamos de cada instante como si fuera real. Ambos sabíamos que en algún momento el portador del sueño nos sacaría bruscamente de la escena. No teníamos mucho tiempo. Entonces ella, escéptica, exclamó irónicamente ¡Cómo vamos a estar aquí, cómo vamos a acabar esto juntos en otro cuadro y cómo vamos a indepencizarnos de tu sueño!
Por fin decidimos sentarnos y observar desde dentro lo que tantísimas veces habíamos visto desde fuera. Abrazados a la complicidad que nos llevó hasta aquí, disfrutamos de cada instante como si fuera real. Ambos sabíamos que en algún momento el portador del sueño nos sacaría bruscamente de la escena. No teníamos mucho tiempo. Entonces ella, escéptica, exclamó irónicamente ¡Cómo vamos a estar aquí, cómo vamos a acabar esto juntos en otro cuadro y cómo vamos a indepencizarnos de tu sueño!

Aquí seguimos. Esas dos palabras las llevo siempre conmigo. Por supuesto despertamos; por supuesto era un sueño, pero hoy, 20 años después (o no)... Por supuesto, continuamos pintando una historia que nunca termina por mucho que la lógica (aún no sé de quién) se empeñe en dictar su final. Con lo cual no paramos de pedalear porque sobre ruedas nada está escrito.
Comentarios
Fdo: un jedi con albornoz blanco