Terminé y empecé. En medio del proceso pensé dos cosas. Una de ellas inviable, la otra tan imposible como invisible. Pero no me quedaba otra que imaginar y apostar. La cuarentena había perdido su valor y la única opción que valía era ir a por todas. Estrellarme era posible (incluso necesario) ¿Y qué? Empecé y terminé de empezar.
Encontré un silencio que sosegaba y ayudaba a pensar que recular era también un camino posible. El silencio me cayó y me calló durante un rato. Le escuché hasta que su desagradable ruido implícito me jodió los oídos. Entonces soplé y se fue con su estridente fragor de fábrica. La dirección seguía siendo la misma; siempre con el miedo a resbalar, caer y sangrar.
Me había perdonado, así que, como ocurre en el ciclismo, decidí tirar en la cuesta más empinada. El resto del equipo que me acompañaba (fichado y entrenado a lo largo de un vida) me acompañaba... Pero iba mermándose a medida que subíamos a la cumbre (envuelta por la niebla). De vez en cuando me daban un relevo en el pedaleo del ascenso, lo justo para pensar... lo justo, coger aire y seguir avanzando.
Una semana después
...Llegó un falso llano, de esos que te hacen pensar que el objetivo es más sencillo de alcanzar tras lo recorrido; nada más lejos de la realidad (ni más cerca). El dolor empieza a pasar factura con dulzura. Es esa recta (que no es) en la que empiezas a aceptar que no va a ser posible. Después llega un ascenso inesperado con una pendiente (independiente de ti), donde el objetivo entra ya en la cesta de la resignación y el deseo de hacer las paces y asumir la derrota ya es un valor en sí mismo. Sin embargo algo (también independiente pero interno) te sigue impulsando en la carrera.
Dos años antes
Aquí empezó todo. Pero no lo sabía. No era consciente de que empezaba nada. Estoy a punto de renunciar (eso sí no sin antes llegar a la cima aunque esté vacía). Mi escenario me impedía procesar que un objetivo estaba enfocándome al mismo tiempo que organizaba mi propio enfoque. Lo tuve delante de mí varias veces. Muchas. Lo vi primero, lo miré después. Y sabía que en algún momento se abriría una pista hacia el fin (que no final).
Dos semanas después
Sigue ahí. Y yo en la pista. No me rindo, que lo sepas, le digo a la cumbre mientras pedaleo (sin forma pero con fondo). No sé cómo, no sé cuándo, pero que sepas que pienso llegar, dejar la bici seguir caminando. Y por mucho que -aprovechándote de la niebla- me digas que hay otras cimas, solo quiero alcanzar la que me enseñaste. Y no digo "coronar" (siguiendo con el lenguaje del ciclismo), porque pienso organizar mi propia república de acuerdo con tu escena.
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