Patricio está alojado en un centro privado de sí mismo, pero mañana van a practicarle una reacción pública para verificar que puede respirar con autonomía en mitad de la calle. Para realizar la intervención con eficacia y prudencia cuentan con Gregorio Órbita, un conocido analista de resquicios.
Patricio entró en un bucle sobcutáneo meridional después de pasar, con Violeta, la llamada Noche del siglo XIX. Decidió privatizarse en parte, pero sin saber la fórmula ni el camino que recorrió para hacerlo; y lo peor, lo hizo como reacción a un error interpretativo. Violeta, desde entonces no sale de su asombro. Literal. Está encerrada en un estado sorpresivo que le impide parpadear y depende de un donante (mirada perdida perenne) de lágrimas ausentes para evitar que se seque la presencia de su mirada presente.
Privatizado, contrariado, sin instrucciones para salir del zulo en el que se halla, Patricio ha recurrido a lo único que podía recurrir para entrar en razón. Esto es, Gregorio Órbira, que en el fondo es una parte también de sí mismo, porque se conocieron en un sueño de madrugada, y de paso. El recurso seguramente le devuelva al lugar en el que tiene que estar y a tiempo; el tiempo que quiere ocupar, más allá de pérdidas inevitables.
Pero algo ocurre, como siempre, que rompe los planes y quiebra los esquemas. Sucede que Violeta sale de su asombro y decide intervenir. Una nota musical de Chet Baker ha provocado un parpadeo en ella y una lágrima no esperada en el donante de mirada ausente. Inmediatamente reacciona y entra en su máquina del tiempo (sin tiempo). Marca las coordenadas (una fecha común, un lugar de tonos azules y la receta del último beso)...
A los tres minutos y once segundos está sentada delante de Patricio, en el sofá que aquella Noche del XIX compraron en un viejo almacén de C/Gata con Pza. París. Patricio la reconoce, pero no puede reaccionar públicamente (entre ellos) por estar privatizado. Pero ella, no pierde el deseo y le coge de la mano. Ni caricias ni nada, sólo tacto y piel. Con ella viene Baker, suena por los codos y sus notas apuntan directamente al resquicio subcutáneo... Violeta respira, coge aire (para un rato) y bucea.
Un mes después ya es público (entre ellos), que no privado. Están libres de tergiversaciones. Conviven entre notas, frases, sueños de medianoche, lapsus de mediodía, viajes subcutáneos, ocurrencias esporádicas, fotos sin hacer, recetas de palabras o gestos imperceptibles. De vez en cuando resuenan asombros y el tiempo se pierde caprichosamente, pero lo importante es que el camino hacia la privatización interior ha sido descifrado y el sofá sigue sostenido por la melodía de los pistones de Baker.
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