Levantarse, autoconvencerse, reanimarse, no lamentarse, mirarse, palmearse, sentarse, dirigirse a, puntuarse, afinar, dejar de prepararse, reaccionar... Son reglas que Ella gestiona cada mañana. O en mitad de la noche. Da igual 'la trama' horaria. Lo importante es construir cada día ese fuerte que sostenga su estructura, porque la coyuntura se hace. Se lo repite una y otra vez, siempre añadiendo un elemento nuevo, una nota más. Ella es así, muy de incorporar y reciclar, nunca de aniquilar.
Todo este ritual empezó cuando perdió a su hermana pequeña en un accidente de tráfico. Viajaban juntas, pero sólo llegó ella. Lo superó con cada centímetro que compone el tiempo. Pero todavía le cuesta entender que su gran amiga y hermana no va a ser su cómplice nunca más en tiempo real. Gracias a los infinitivos y las subordinadas que nunca pronuncia puede con ello, que no con todo.
Aquel viaje que nunca empezó iba a ser el despegue para ambas. Un trayecto por convicción a la tierra prometida del soul. Lo habían preparado durante todo el año. Durante toda la vida. Les esperaba el escenario más anhelado. Ahora está sola ante un público ansioso por escuchar sus conclusiones, envuelta en la penumbra de la luz azul, entre viento y percusión, rodeada de letras que se abstraen por su cuenta. Ajenas al suelo.
Esta noche es el concierto. Está lista. Con ella comparte escena su banda, su fuerte, su parte por el todo reconstruido, una batería de recuerdos vivos y un alma dispuesta a ser reeditada por la nueva ola de sí misma. Ante el espejo funde su cara junto a lo verbalizado en el reflejo. Se aferra a su saxo barítono y llora por dentro, emocionada, porque sabe que ya no puede retroceder, sólo... ¡Tocar!
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