Me acosté un poco más tarde de las 3 de la mañana. Ya no quedaba nadie en las redes. Los bares habían cerrado. Agosto en Madrid no perdona. Las pupilas pedían una tregua. Demasiados pantallazos para mis ojos. Apenas dormiría 4 horas, tenía que levantarme pronto no sé por qué, pero debía hacerlo, así que ¡había que empezar a soñar ya! Para ello cree un escenario que mezclaba todo tipo de conceptos cinematográficos, musicales, canallas... Fusión de recuerdos (no vividos) y sensaciones (intuidas) recreadas a partir de historias jamás contadas, que sí anheladas. Deseos que se reivindicaban. A dormir, ¡acción! La película había empezado.
Todo empezaba en la noche de mi debut en el NoteShot, un club de segundas oportunidades para músicos con dudas. Era pianista, tocaba un poco de jazz, algo de soul y soñaba en sueños con blues. Mi nombre era Palermo, así, sin más. Tenía muchas dudas y poca seguridad en mis notas. Pero era mi noche. Me había preparado una batería de monólogos por si mis dedos fallaban, algo nada desdeñable. Quedaban dos horas para empezar. Tocaba a las 00, la hora del músico residual. Fui a la barra de los taburetes desconchados y me pedí explícitamente un vino aguerrido, muy peleón. En el escenario azul tocaba una banda que no dejaba lugar a dudas. Pero como no quería ahondar en mis miedos les presté solo un oído, el otro lo empleé en percibir una voz de terciopelo que pedía otro vino a pocos centímetros de mí...
...Pertenecía a Erika Azartz, una contrabajista que cantaba en los mejores clubs de lo imposible*, estaba a mi lado y había pedido el mismo vino que yo. Por un momento me imaginé con ella en el mismo escenario, fusionando intenciones, mezclando ritmos y puntos de vista. No quería mirarla, temía descubrir mi cara con su cruz adjunta. Antes de que acabara mi pasaje imaginado se acercó ella para decirme sin tapujos que tenía muchas ganas de verme actuar y conocerme. Casi me despierto del impacto. Afortunadamente seguí aferrado al sueño. ¿Erika Azartz había venido para verme tocar y conocerme? Parecía que sí. Me contó que llevaba tiempo siguiéndome en mis invisibles conciertos, pero que nunca encontraba el momento de conectar conmigo. Me bebí el vino de un trago y miré el poso por si había sido víctima de una broma ajena entresueños.
Cuando superé la duda le hablé (intentando no recrearme demasiado) de los efectos que su música provocaban en mí. También le confesé (soy un bocachanclas hasta dormido) que más allá de la música seguía sus pasos como investigadora del entorno de lo no verbalizado. Abrumados los dos por ese marcaje mutuo en la distancia, nos pedimos una ronda más de peleones. Pasaron los minutos como cometas, apenas quedaba cuarto de hora para mi concierto.
Aquella sorprendente sorpresa estaba reventando mis estructuras. Tan emocionada como yo, sus confesiones se parecían a las mías. Decía que disfrutaba como una cría escuchando mis podcasts sobre dudas, acordes y tendencias sin lugar. Poco a poco aquello se convirtió en una partida de emociones que ni en el sueño más soñado habría podido plantear. ¿Es posible que Erika Azartz y yo sintiéramos los mismo? A eso empezaba a sonar. Quedaban dos minutos para subirme al escenario. Hubo un silencio ante esta ¿evidencia? Y enfatizó: Bueno, pues ya está. Sus ojos, su voy, sus manos su piel iniciaron el estribillo más increíble que nunca había escuchado. La besé y me abracé a ella sin filtros ni resistencias. Nos miramos a los ojos, ella retomó el beso... Después comencé a tocar sin dudas.
Lo mejor del NoteShot es que aunque no asistiese público, los focos nunca no te abandonan. Y lo mejor de improvisar y soñar es que ella estaba conmigo. Toqué los temas que nunca toco por miedo a no terminarlos y quebrarme. Incluso canté las letras que nunca canto por miedo a desafinar conmigo mismo. Es más, compuse mientras tocaba y cantaba en una fase desconocida. La invité a subirse al escenario. Aceptó encantada y terminamos interpretando una de las letras que nos habían unido: Bring it on home to me de Sam Cooke. El recital iba terminando. Se acercaba la hora de despertar. Quería tocar hasta la última cuerda de aquel instrumento que habíamos construido en un intervalo de viento y sin límites. Bajamos del escenario. Ignoro si alguien nos aplaudió.
Volvimos a la barra. Brindamos. Nos besamos. Nos abrazamos y finalmente nos deseamos suerte. Ambos supimos disfrutar del concierto; de un momento que nunca pasa. Posamos para hacernos una foto sin cámara. Le conté mi secreto y ella respondió con el suyo. Nos miramos a los ojos, a los labios y a las letras por componer. Cerramos los párpados y nos despedimos. Era la hora.
Sonó el despertador y cuando abrí los ojos descubrí que no había sido un sueño. Al menos solo mío. Fue el sueño que compartimos, imaginado y deseado antes de nuestra primera cita. Me lo contaba mientras pasábamos al segundo vino. Ese instante en que ambos ya sabíamos que aquel encuentro no había sido casual. Ni mucho menos causal. Sencillamente había sido fruto de un cruce de ideas que terminaron en un concierto y que está empezando en estos momentos en el escenario azul.
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*Los clubs de lo imposible son locales donde tocan los músicos que solo componen en la primera fase del sueño. Son un grupo muy selecto. La mayoría compone en vigilia o en la segunda fase del sueño. Hay ocho locales en todo el mundo, repartidos entre Nueva York, Madrid, Hastings, Siena, Lion, Hamburgo, Amsterdam y Montevideo. Erika Azartz es una de las voces y contrabajos más demandados en todos los niveles oníricos.
Comienza una gran historia. #periodismoficción #periodismoinvoluntario #noteshot #madrid #letras #caféyletras #tryalittletenderness #thecommitments
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