Hace un año que me encontré con Boris Vian en mitad de una ocurrencia. Estaba dándole la medida justa a la casa que le vio nacer y que se dilató demasiado. Lo consiguió y a continuación nos tomamos un tiempo en el café Crucial; después hablamos del instante. Ese concepto. Recuerdo que me hizo muchas preguntas sobre la casa que me vio nacer a mí. Desde que leí La espuma de los días, me confesó, tenía ganas de charlar conmigo sobre ladrillo vista. ¿Por qué? Le pregunté. Porque por lo visto -me contó- hay escritores que no terminan de morir por culpa de un malentendido futuro con un lector concreto. Y ese era yo, y el ladrillo vista el nexo. Y él me vio desde los caracteres.
En el Crucial estaban acostumbrados a este tipo de encuentros. De hecho tienen tres mesas reservadas al café con tiempo y al ladrillo vista. Lo fundó Edagar Allan Poe durante un malentendido, no con una lectora, sino con uno de sus personajes que venía de sufrir un salto de página inesperado. Fue justo después de terminar La carta robada. Pero esa esa es otra historia.
El malentendido que nos había reunido a Vian y a mí aún no había ocurrido. Pero pronto nos dimos unas pistas. Él insistía en que le hablase de mi casa. ¿Qué es para ti esa puerta? Me preguntó mientras señalaba un cuadro. Tuve que pensar la respuesta. El cuadro enseñaba una casa sin puertas. Un lapso se me atragantó, pero conseguí unir dos ideas para abrir conductos; entonces me acerqué a aquella pared de la infancia y pegué el oído (entre una parte de mí y la contraria). Y contesté: Para mí, aquella puerta era una ventana por la que mirar lo que no pasa; que pasa de largo, de mí y delante de mis narices.
Después pregunté yo: ¿Tus paredes son un lobo-hombre para un escritor? Se encogió de hombros. Acercó su nariz a la superficie del café. Dio dos golpes suaves con los nudillos en la mesa del Café Crucial. Y contestó: Mis paredes están llenas de sujetos. El verbo se hace fuerte en los altillos y me devora en noches de luna nueva. En luna llena me sujeto y caigo al vacío de un objeto que no termino de encontrar.
A continuación se acogió a su turno de pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que recuerdes que te quedaste fuera de tu casa? ¿Qué pasó?
Aquella pregunta me llevó a un lugar que no había visitado, pero que resultaba totalmente familiar. Era un campo de fútbol lleno de árboles con casetes por flores y cintas de vídeo en lugar de raíces. En vez de porterías había puertas. Una roja en el extremo sur, y otra blanca en el norte. Yo no tenía muy claro por cual había pasado o debía pasar. Además desconocía si ambos terrenos eran contrincantes o formaban parte de un mismo equipo. Así que empecé la jugada y contesté: La última vez que me quedé fuera pasó por delante de mí. La vez. Pero no pasó. Está por pasar. ¿Entonces sigues fuera? Repreguntó Vian. Puede ser, contesté, y añadí: ¿Será este conflicto futuro parte del que vas a tener conmigo?
Se quedó pensando...
En el Crucial estaban acostumbrados a este tipo de encuentros. De hecho tienen tres mesas reservadas al café con tiempo y al ladrillo vista. Lo fundó Edagar Allan Poe durante un malentendido, no con una lectora, sino con uno de sus personajes que venía de sufrir un salto de página inesperado. Fue justo después de terminar La carta robada. Pero esa esa es otra historia.
El malentendido que nos había reunido a Vian y a mí aún no había ocurrido. Pero pronto nos dimos unas pistas. Él insistía en que le hablase de mi casa. ¿Qué es para ti esa puerta? Me preguntó mientras señalaba un cuadro. Tuve que pensar la respuesta. El cuadro enseñaba una casa sin puertas. Un lapso se me atragantó, pero conseguí unir dos ideas para abrir conductos; entonces me acerqué a aquella pared de la infancia y pegué el oído (entre una parte de mí y la contraria). Y contesté: Para mí, aquella puerta era una ventana por la que mirar lo que no pasa; que pasa de largo, de mí y delante de mis narices.
Después pregunté yo: ¿Tus paredes son un lobo-hombre para un escritor? Se encogió de hombros. Acercó su nariz a la superficie del café. Dio dos golpes suaves con los nudillos en la mesa del Café Crucial. Y contestó: Mis paredes están llenas de sujetos. El verbo se hace fuerte en los altillos y me devora en noches de luna nueva. En luna llena me sujeto y caigo al vacío de un objeto que no termino de encontrar.
A continuación se acogió a su turno de pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que recuerdes que te quedaste fuera de tu casa? ¿Qué pasó?
Aquella pregunta me llevó a un lugar que no había visitado, pero que resultaba totalmente familiar. Era un campo de fútbol lleno de árboles con casetes por flores y cintas de vídeo en lugar de raíces. En vez de porterías había puertas. Una roja en el extremo sur, y otra blanca en el norte. Yo no tenía muy claro por cual había pasado o debía pasar. Además desconocía si ambos terrenos eran contrincantes o formaban parte de un mismo equipo. Así que empecé la jugada y contesté: La última vez que me quedé fuera pasó por delante de mí. La vez. Pero no pasó. Está por pasar. ¿Entonces sigues fuera? Repreguntó Vian. Puede ser, contesté, y añadí: ¿Será este conflicto futuro parte del que vas a tener conmigo?
Se quedó pensando...
...Y cuando iba a empezar a hablar desapareció. Entendí / deduje entonces que el conflicto futuro acababa de pasar. Me quedé con ganas de seguir (jugando en ese campo) con el intercambio de respuestas y preguntas. ¿Dónde se había ido? ¿En qué quedaban sus muros gramaticales o sus verbos en alto? ¿En qué fase había quedado su construcción? ¿En qué parte del texto estábamos ahora? ¿Qué tal le sentó el tiempo que nos tomamos en el Café Crucial? Yo me lo tomé bien, pero desde entonces, de vez en cuando entro solo en el Crucial, miro a ver si le veo y pido un momento sin edulcorantes. Después escribo dos ideas y dibujo un pesonaje que formula una pregunta.
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