Ir al contenido principal

El secreto

Había logrado que la escuchasen en el súper. El charcutero era su última esperanza, sólo éste podría llevarle hasta la bodega donde se escondía el secreto mejor guardado de su historia. Eulalia le contó con todo detalle en qué consistía su argumento. Pero hasta entonces la tomaron por loca el pescadero, la ferretera, la verdulera, la responsable de los emparedados y el domador de carne picada con el mundo. Luis Lombía, el charcutero, tenía un punto de sensibilidad por encima de la media. Un día decidió aprovechar los lapsos (entre corte y corte, entre las múltiples impertinencias y caprichos de los clientes) y rasgar un poco más en las ideas que se le pasaban por la cabeza superficialmente para ver hasta dónde le llevaban. Además, esta práctica le servía para detectar a los auténticos listos y listas de la compra. Eulalia era una de ellas.

Eulalia Santadealta se llama. Y junto a su pensión y otros seguros de vida, sabía que su familia tenía un secreto a voces que terminaron ocultando. Ella nunca le dio más importancia de la que se suele otorgar a cualquier dicho o rumor típico. Pero la semana pasada Ernesto Torno Santadealta, un primo segundo con actitudes de tercera, se presentó en su domicilio de Castrunteriza con la intención de llevarse el secreto a la tumba. Le habían detectado un cáncer unívoco en el codo derecho y le daban dos o tres días laborables de vida a partir de pedir el secreto a Eulalia, así que no había tiempo que perder. Eulalia siempre había sido la más independiente de los Santadealta y quiso apostar con éxito por construir su propia historia, partiendo de ella. Así que no le importó ayudar a su primo; a quien se le iba la vida, ligada en pleno a la tradición Santadealta. El secreto, sin duda era suyo.

La llave estaba en el viejo súper de Castrunteriza. Se lo contó su tata -fiel siempre al apellido Santadealta- antes de emigrar. La llave abría la puerta de un espacio con forma de recuerdo y olor a viejo desván. Sólo había una persona que podía deducir dónde estaba esa llave. Porque ninguna conocía su paradero. El camino hacia el secreto estaba formado por deducciones ilógicas repartidas por las mentes ajenas de los responsables del súper. Así se dispuso en el seno de la familia: como un mapa en forma de anécdotas contadas ilógicamente a personas ajenas al 'tesoro' que lleva a la cámara del secreto familiar; y una persona con un dato más claro capaz de reunir dichas anécdotas y estructurar con ellas la puerta de acceso. Y en efecto, aquella pieza clave era Luis Lombía, el charcutero.

Eulalia, junto a su primo (pegado a la muerte), después de lograr librarse de los esbirros de Paca Retabla (la verdulera), consiguió contarle todo a Luis. Y todo porque Luis, que era una persona muy sensible, se acercó a Eulalia sin conocimiento de causa. Luego entendió la causa. Conectó con aquel dato que una clienta (la madre de Eulalia) una día metió en su cabeza. Después, como si se supiera perfectamente el guion, fue haciendo preguntas clave (con apariencia de absurdas) a los demás comerciantes para ir completando la pasarela hacia la cámara del secreto. Las respuestas no eran menos absurdas...

-(Aleatoriamente a Fernando el domador de carne picada con el mundo) ¿Por qué el gato no se asomó al acantilado?
-(Frunciendo el ceño por la incontrolada respuesta) Porque detrás del muro sólo hay zapatos ilegales y un océano oscuro custodiado por chinos

-(A Sara Dual la verdulera silvestre) ¿Qué sabes de Simultáneo Saavedra?
-(Desternillada) Que mintiendo se llega por el camino inverso

Y así, de inconsciente a inconsciente y con sorpresa, Luis trazó el mapa: Empezaba en su propia trastienda, tenían que entrar nadando los tres. Eulalia y Ernesto, antes, debían asumirse. Atravesado el océano inverso al muro de la familia Santadealta llegaron a un camino contiguo al pasillo comercial y soterrado de un Corte Inglés oculto que une por los subsuelos toda intención de venta. Cruzado el umbral del camino se plantaron en el final. Un espacio sin dimensión, pero amplio. Allí, dentro de un aspecto, estaba el secreto. Eulalia, no quiso conocerlo, Luis se lo entregó sin vacilar y ella (con alivio) se lo cedió a su primo. Te lo puedes llevar a la tumba, le dijo sonriendo. Ernesto lo agarró como si su vida fuera en ello; y después, murió. Al rato, Eulalia y Luis envasaron en papel de fiambre lo ocurrido y se dispusieron a despedirse del año. ¿Qué más? Es todo, Luis.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
prueba
Anónimo ha dicho que…
Tras un primera y precipitada lectura, me parece que este texto terminal de año es consecuencia y fruto de otros muchos anteriores. Como si un secreto que su autor guarda fuera desvelándose, como las fotos antiguas, como la niebla cuando se va retirando, ante los ojos lectores de los que acudimos a este rincón de la nube. Lo leeré más veces para descubrir consistencias. ¡Feliz año!
Tapón

Entradas populares de este blog

El verbo y el tren coloquial

Estación de Atocha, Madrid. Enero 2016 Esperaba subirse a un verbo que le llevara lejos. Lejos del último adjetivo que le arrastró hasta el reverso del suelo que pisaba. La mente en blanco y un mapa por recomponer, una geografía por reubicar. La frase de su amiga fue letal. Cada letra iba cargada con verdades que ni él mismo había valorado. Las comas, las pausas, los silencios y lo malditos puntos suspensivos quemaban. Así esperaba ese vehículo redentor. Inquieto, teneroso, tembloroso, entusiasta del desaliento, sabedor de sus miserias, conocedor accidental de las verdades que le dan cuerpo a la mente... ...Y en su maleta tan sólo llevaba un verso contagioso que no escribió. Un texto que recibió por azar de un sueño a través de un diálogo que no sabe cómo empezó pero sí adónde le llevaba.  El murmullo del vagón susurraba desde el fondo del plano. Podía oler el reflejo de su escapada. Imaginaba una huída para empezar, no de cero, pero sí desde un quiebro de sí mismo. Enrai

Las palabras se las lleva Twitter

Apenas estaba digiriendo una información -con alta carga de valor- cuando un tuit la bajó de golpe muro abajo. Intenté seguirla, pero no paraba de caer al foso; y durante el imparable descenso iba olvidando el cuerpo de la noticia que me había llamado la atención. Finalmente renuncié y volví a lo más alto del muro de nuevo, con la esperanza de leer algo interesante, entonces un hilo que sostenía al texto en extinción entró en escena. Intenté seguirlo pero poco duró su vigencia. Una vez más la gravedad de las redes sociales impuso su fuerza.  El volumen de la ansiedad de la masa social por publicar, por ser viral, por conseguir apoyo de followers, ¡por ser!, por estar, por pintar, pesa y ocupa tanto que la palabra apenas puede sostenerse. De hecho acabo de perder el hilo que me trajo hasta este texto. ¿Habré incorporado la misma gravedad y procesado de ideas? Es posible, porque ya se me está haciendo largo y empiezo a sentir ansiedad por publicarlo y que funcione por sí solo. Pesa

Idas y venidas por una mala salida

 Viéndolas venir me dieron en toda la cara. Una a una, las idas y venidas de años anteriores (y una del que entra) fueron golpeándome repetidamente hasta que pronuncié la palabra requerida: "Perdón". Las idas reclamaban un sitio concreto al que llegar; las venidas, más dimensiones. La correspondiente a 2021 era ida y estaba algo más perdida. Lo más difícil para mí fue darme cuenta de que tenía la responsabilidad de ubicarlas. Lo supe por una mala salida de otra persona hacia mí. Ésta, la mala salida, me advirtió -poco antes de abofetearme por izquierda y derecha con la mano abierta- de que debía organizarlas. ¿Cómo? pregunté. Viéndolas venir, exclamó. Así que tras pedir disculpas y tomar la firme decisión de implicarme en la búsqueda de lugares y dimensiones, todo empieza. A ver...