
Al despertar comprobó que la humedad estaba seca y con una semi sonrisa a medio esbozar apuntándole directamente. Le preguntó por su cambio de actitud, a lo que la humedad seca respondió con un llanto sincero. Cuando dejó de lloriquear le contó que no sabía qué hacía ahí. Se sentía perdida. Tampoco tenía muy claro qué era. No hablaba como humedad, sino como si fuera un experto en algo al que le han expropiado de su 'huerto' y se ha quedado en modo secano. Mario trataba de empalizar. La humedad seca no paraba de desahogarse. Finalmente Mario, ya con la capacidad de escucha saturada, decidió que había llegado el momento de sacar un espejo. Pero se arrepintió antes de ponérselo delante. Por qué. Porque la humedad empezó a dibujarse y a regalar silencios.
Callaron por fin. Y Mario y humedad agotados cayeron rendidos. Al día siguiente llegó Maríe, la asistenta francesa. No había nadie en el piso. Estaba limpio e iluminado como para ser expuesto. Maríe empezó a limpiar lo limpio. Agotada se paró delante del muro de carga. Se dio cuenta de que había algo diferente en él. Pero no sabía explicarse qué. Se sentó, rotó sobre sí misma, reflexionó y finalmente dejó que la mirada perdida encontrara el cambio.
Ayer iba yo por la calle y escuché una conversación entre dos vendedores de ideas. Venían de una exposición de arte indiscutible. Estaban muy impactados y contrariados porque tras años de sentadas de cátedra, se habián enamorado de unas formas dibujadas en la pared del vestíbulo del museo, y que por supuesto no formaban parte de la muestra. Uno de ellos, emocionado, aseguraba haber visto a su tata en ese 'fresco'. El otro, se había reconocido a sí mismo.
Y ésta es la 'entrada' a una historia que se me ha ocurrido después.
Comentarios