De nuevo en el metro me encontré conmigo, pero en versión chunga. Me explico. Salgo de un vagón vago; se había parado porque sí. Entro en otro ¿Por qué no? ¡No me iba a quedar entre vías (de escape)! Y cuando entro, me siento junto a mí. Tengo cara de pocos yos; me lanzo una mirada de superioridad a nivel del hombro (por encima, imposible) y voy y me respondo con amabilidad (al enemigo ni agua, eso sí, con una sonrisa).
Vamos en la misma dirección, pero en distintos sentidos y por supuesto a diferentes estaciones. Veo que hago un amago de bajarme aquí y después allá... También sé dónde tengo que pararme. Sigo sonriendo, aunque temo quedarme con cara de gilipollas de tanto forzar (para reforzarme frente a mi propia hostilidad y ansias de individualidad).
Me gruño, me insulto, me entiendo... Juego mi propio derbi en el qué sé con quién voy a pesar de jugar contra él. Por supuesto sé quién ganará el partido. Y aunque en esta cancha el perdedor no desciende a segunda... ni deja de competir, como ganador aprendo a ganar para nunca perderme. De pronto, me desgajo y me salgo de madre en Patio Medio, la estación buscada. Y aunque sigo tunelando por otro lado, centro mi atención en este lugar.
Al salir emerjo de un efímero viaje que me enseña la mejilla de mi cara de póquer. Me gusta descubrir todos los planos de mi baraja.
Comentarios
Así que aunque este cuento te cuente a ti por dentro, yo me aplico el cuento, me río un rato e intento eso de mirarse por encima del hombro aunque sea imposible.