Ayer una frase me tiró al suelo. Literal. Me llamo Sebastián Rojo, soy especialista de cine (especializado en mis propias películas) y suelo darme muchos golpes. Estoy acostumbrado a tropezar, a quemarme con el asfalto y a vivir con la piel en carne viva... Sé mucho de caídas y de patadas en el estómago. Tengo tantas cicatrices que parezco una cordillera, y unos abdominales tan duros como el acero más blando. Pero anoche una frase atravesó mi escudo y me reventó por dentro... Como esas sofisticadas balas diseñadas que penetran y una vez dentro sacan toda su metralla.
He ido al fisio, al traumatólogo, al médico de cabecera... Incluso a la consulta del antenista. No ven más allá de mis heridas, de mis señales. No hay escayola que me contenga la rotura ni cabestrillo que sostenga mis brazos quebrados... Las piernas no responden, tampoco los párpados ni el labio inferior. Es un dolor insoportable del que no tengo experiencia. Es agudo, ácido, frío y abrasador, corrosivo, incómodo, angustioso, literal, matemático, extraño, acaparador, celoso de otros síntomas, ensordecedor, invasivo... ¡Tómese esto cada 8 horas, con calma! Indica el Dr. Filancio.
El frasco de pastillas vacío (y metafórico) me sugiere que no hay más remedio que encajar. Encajar el golpe de la palabra y encajarme en mí mismo... a ver qué pasa. Lo que he omitido es que esa frase salió de dentro. Y al expulsarla -presuntamente dirigida y diseñada para otra persona- se giró inesperadamente y me abrió en canal. Palabra tras palabra salieron al ritmo de un pensamiento precipitado y sin reflexión... Y a medida que se fundía verbalización con luz se transformaban en una aleación muy pesada y con forma de sierra.
Nunca pensé que algo tan intangible pudiera provocar una herida tan palpable. Y aquí estoy, sufriendo los daños colaterales de un bombardeo lanzado desde mi propia flota. Sin poder ejercer de especialista por haber perdido la especialización, la especialidad y la fuerza por la boca... Convertido en sujeto, sujeto a la pena que mi propio verbo sentenció. Y aquí no hay viento que se lleve las malditas palabras.
Comentarios