Esta mañana, apenas hace una hora, he resbalado con una conclusión ajena que alguien ha tirado al suelo de madrugada (aún estaba fresca y poco adherida a la acera). Me duele el codo, el tobillo, la rodilla y parte la región occipital donde se fraguan los resultados de una noche pensando. No se ha roto nada, son contusiones sin importancia; salvo que alguien abandone una exageración y ésta me reviente la prudencia. Pero como de momento no ha ocurrido, no voy a dar la espalda a ninguno de los golpes recibidos. Al contrario, estoy saludando uno a uno, en plan protocolo monárquico, político o futbolístico, para conocer el dolor individual.
Foto: Especial/Síntesis |
Uno de los espacios contusionados me demuestra que existe una relación directa entre el resbalón y el exceso de vueltas dadas sobre un mismo planteamiento. Otro, que prefiere hacerse el nudo (que no el loco), encuentra una explicación a aquel dolor que -de siempre- arrastra el contexto que nos ocupa. Uno a uno, cada hueco, va encontrando desenlaces, motivos y motivaciones. Y todo este movimiento de fondos y superficies conectadas... ¡por un resbalón cuyo culpable es alguien que prefiere desprenderse de toda conclusión (o al menos de la que ha provocado mi caida)! ¡Coño, tiene cojones!
Hace un rato que el dolor ha pasado de mí. Estoy tranquilo y tengo la tentación de olvidarme de ese movimiento de superficies y fondos... La tentación se convierte en un hecho y el hecho se traviste de chispazo inmediatamente. Vuelvo al lugar donde empecé a dar vueltas de campana sobre mí mismo y me encuentro con un tipo enjuto que me pregunta por una conclusión extraviada. ¡Eres tú! Exclamo. ¡Es mía! Reclama. Le cuento la historia, me cuenta su búsqueda. Tropezamos juntos con el nudo propio que une nuestras taras y terminamos tejiendo una lona de desprotección y asunción de agravios incomparables.
Muy cerca veo a un obrero picando la superficie, y por su cara, parece que está tocando fondo. Ahí vamos.
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