Estaba muerto, la gente le miraba, nadie le tocaba. Tenía los ojos abiertos y una sonrisa cómplice con el mundo que dajaba. El dedo corazón de la mano derecha estaba tan erguido como él el día que consiguió adentrarse en los mundos de Sofía Travesía. Los pies decían una cosa y sus pestañas otra. Su conciencia, en reposo, había viajado horas antes junto al resto de particularidades no expuestas. Y los codos, interlocutores y su canal de diálogo favorito, habían decidido plantarse y empezar a trabajar en dirección a la aceptación de los hechos.
Cuando me tocó reconocerle no me impresionó, pero me rompí en la mitad de los mil pedazos que suelen protagonizar esta típica frase. Sabía que era cuestión de días encontrármelo sin vida, con esa sonrisa cómplice. Además, sabía que su muerte era un reactor para mi propio reconicimiento... Porque eso es lo que pasó, ese fiambre con el dedo corazón al viento era parte de mí. Había muerto de miedo, pero sonriendo al terror; al pánico de asumir que yo viviría/cargaría para siempre con la culpa de haberle matado. La culpa ni se crea ni se destruye, ni mucho menos se transforma, con la culpa sólo se puede convivir y dejarle su sitio. Lo llevaba escrito en una servilleta arrugada dentro de la mano izquierda.
De vuelta a casa, tras haber reconocido el cuerpo, voy con todo. ¿Qué es todo? Me preguntó ELLA en su día en un contexto diferente. Todo es todo, contesto ahora; contesté entonces. Todo es abrir los ojos por la mañana y saber leer el lugar que ocupas; comprender que tú mismo te escribes sobre blanco; saborear la certeza de que sobre ti, ya sólo decides tú... con Todo. Y todo no es poco. Son las taras, las virtudes, las cargas, las culpas, las miserias, lo errático de uno mismo y lo acertado. Un enorme e imperceptible mejunje de conceptos e inhalaciones de conciencia... Y antes de entrar, aunque me cae otro muerto encima, sigo mis pasos y levanto el dedo corazón al viento, pero como no puedo reprocharle nada a nadie, subo a mi lugar y bajo el volumen para poder escuchar -deltodo-el aroma de las letras que salen de la tregua.
Comentarios
El aroma, sin duda, es dulce. Y lo es por muchos motivos. Uno de ellos es que a pesar de que hablamos de una tregua sinfónica, nunca hubo una guerra orquestada. Al contrario... En esta historia el amor se ha follado al conflicto. Tal cual.